(Nota: Este blog debe ser entendido como el desarrollo y presentación de una idea, por ello, si es la primera vez que lee sobre Democracia Participativa Gobedana, le recomiendo comenzar por la primera página del blog y continuar desde allí)
Resulta sorprendente que
aquello que más deseamos es también lo que más tememos. Lo más atractivo y
deseable de la Democracia Participativa Gobedana es que en ella siempre
prevalece la opinión de la mayoría, consecuentemente, el mayor temor que
despierta en nosotros es que siempre prevalezca
la opinión de la mayoría.
Es el argumento favorito de los liberales, contra el aumento de la participación de los ciudadanos en las decisiones políticas, que, además, expresan de una manera muy contundente: “En la práctica, se trataría de una dictadura de las mayorías”. Hay que reconocer que no les falta gracia e ironía.
He oído expresar este
miedo de muy diversas maneras. “Si la mayoría decide el gasto del Estado en
cultura, solamente habrá dinero para fútbol y concursos de pedos”. “Las leyes
sólo obligarían a pagar impuestos a los ricos”, etc. La
forma más contundente de presentar la cuestión la hizo la primera persona a la
que le hablé de la Tarjeta Democrática, hace más de una década, quien como primer comentario exclamó:
“¡Qué horror! Matarían a todos los gitanos”. Tengo que confesar que quedé muy
impresionado por su reacción.
¿Terminará la Democracia
Participativa Gobedana con los grupos o con las opiniones minoritarias?
Intentaré tranquilizar al lector, aunque no va a ser fácil, ni agradable, ya
que para disminuir el miedo hacia la Democracia Participativa habrá que
disminuir, en igual intensidad, el deseo por ella. Es una ley natural, no puedo
hacer nada por evitarlo, jaja.
Reconozcamos sin pudor
que si la mayoría es la que decide, tenderá a crear una sociedad que beneficie
a esa mayoría; con toda seguridad en perjuicio de las minorías. Eso a la larga
hará que las minorías tengan poco incentivo en seguir siendo minorías y, en la
medida que les sea posible, se irán integrando en la mayoría. Esto tiene su
lado positivo, ya que se lograría una sociedad más igualitaria por la única vía
posible, incentivar la integración, y no como ahora se hace, financiando las
diferencias. Pero la tendencia hacia la homogeneización es sólo la mitad de la
historia, pues ¿hasta qué punto conviene una sociedad completamente homogénea? ¿A
partir de cierto grado de homogeneidad, una sociedad ¿será más productiva,
próspera, dinámica, creativa, segura, feliz? Sencillamente, ¿habrá mayor
calidad de vida para la mayoría de la gente? Me temo que no. En conclusión: las
diferencias, hasta donde nos es posible imaginar, son necesarias; lo que queda
por determinar es en qué aspectos y cómo de grandes le conviene a una sociedad
que sean.
Pongamos como ejemplo el
caso de los impuestos para preguntarnos qué sucedería si se decidiese todo lo
referente a ellos con la Tarjeta Democrática. Parece lógico que, en un
principio, la mayoría intentará desplazar el pago de impuestos a los grupos que
ocupan los extremos de la campana de Gauss, y no sólo hacia los que más tienen,
también, en términos relativos, hacia los que menos tienen.
En esta situación, las
personas que más ingresos recibiesen por su trabajo se preguntarían qué sentido
tendría trabajar más horas o asumir mas responsabilidades en su trabajo, si el
Estado, a partir de una cierta cantidad de ingreso, se quedaría prácticamente
con todo. Igual sucede con los empresarios y los rentistas, para quienes no
tendría incentivo asumir riesgos comenzando nuevos negocios. La gente con más
ingresos reaccionaría siendo menos productiva o marchándose a un país donde su
trabajo y su dinero fuesen más rentables. En el caso de establecer impuestos
relativamente altos a los más pobres, esto podría volverse en contra de todos
en forma de más delincuencia y marginación.
¿De qué le sirve a la mayoría hacer pagar en exceso impuestos
a las minorías, si con ello se va a
generar una bajada de la actividad económica por la que va a disminuir el
ingreso de cada individuo de esa mayoría
y, en consecuencia, de los bienes que disfruta? Es de suponer que, si una
determinada manera de recaudar impuestos disminuye el bienestar de la mayoría, esa misma mayoría intentará encontrar otra manera de recaudar impuestos que
lo aumente, con independencia de que eso signifique primar a las minorías.
Conviene pensar en todo
lo referente a la nueva democracia –y el caso de los impuestos es un buen
ejemplo– como un proceso progresivo en el que todas las cuestiones irán
ajustándose por el procedimiento de prueba y error.
La supervivencia de las
minorías, en mejores o peores condiciones, vendrá dada por lo que estas
minorías sean capaces de aportar a la mayoría. De manera que algunas minorías
lograrán en la nueva democracia un reconocimiento y una tolerancia mayor de la
que ahora tienen. El caso concreto de las minorías raciales tal vez pueda
parecer distinto, pero es esencialmente el mismo.
Efectivamente, según
hemos dicho, habría dos fuerzas que determinarían la condición de las minorías,
una que tiende a integrarlas haciéndolas desaparecer en la mayoría y otra que
incentiva las diferencias, en la medida que la diferencia aumenta la calidad de
vida de la mayoría. La resultante de estas dos fuerzas lograría que las
minorías limasen aquello que las hace ser rechazadas por la mayoría,
potenciando aquello que las hace deseables.
También está a favor de
la supervivencia de las minorías el que la situación no es siempre la de una
mayoría homogénea enfrentándose a una minoría. Recordemos que, en muchas
ocasiones, se trata más de un conglomerado de minorías a la que llamamos
mayoría, enfrente de una minoría que, por otra parte, no tiene por qué ser completamente
homogénea. Tampoco se puede despreciar el hecho de que la minoría tiene la
condición de ciudadano y, por tanto, derecho a voto lo que pone barreras a la
voracidad de la mayoría. Resulta difícil recortar los derechos de otros
ciudadanos sin hacer lo mismo con los propios.
Naturalmente no podemos
afirmar nada categóricamente, pero todo apunta hacia una mejora a la larga de
la convivencia y la integración entre todas las minorías siempre que éstas tengan
condición de ciudadanos. El caso de que la minoría no tenga derecho a voto, me
refiero a los emigrantes, es distinto y se tratará más adelante.
Como apreciará el lector,
en la Democracia Participativa se llegaría a una situación radicalmente
distinta a la actual, en la que los líderes de las minorías pretenden acentuar
las diferencias debido a que dichos líderes “viven” gracias a esas diferencias.
La supervivencia, en buenas condiciones, de algunas minorías en las democracias
actuales tiene que ver más con el entendimiento que logren sus representantes
con los políticos de turno, cambiando votos por trasferencias económicas y
privilegios, que con la aceptación por parte del resto de la sociedad. Este
modo de generar decisiones no puede conducir ni a la integración ni a la
aceptación de las diferencias por parte de grueso de la sociedad, por mucho que
se gaste en campañas de opinión.
Las nefastas políticas de
integración que se sigue en el caso de algunas minorías se deben a que quienes
soportan los efectos negativos de esas minorías no son los políticos sino
simples ciudadanos. Los votantes deberían poder decidir si lo que les “aporta”
una minoría concreta les compensa de lo que les “cuesta” y, en consecuencia, si
dicha minoría debe tener un trato fiscal o de transferencias económicas, como
viviendas gratuitas u otros servicios especiales. Ahora son los políticos,
siguiendo sus propias necesidades de captar votos o financiación para sus
campañas, los que dan y quitan a las minorías. Su principio es discriminación
positiva a cambio de votos. También la sociedad puede hacer en un futuro lo
mismo: discriminación positiva o negativa a las minorías a cambio de bienestar
para todos.
Ciertamente estos ajustes
no estarán exentos de tensiones. Que nadie se llame a engaño, la Democracia
Participativa Gobedana no será un idílico Paraíso Terrenal. Eso sí, con el voto
directo de cada ciudadano se facilitará la negociación evitando que los
problemas se enquisten y oculten de manera que se manejen cuando todavía tienen
solución.
Por mucho que pueda
repugnar, desde la moralina buenista con la que se disimulan los intereses
concretos en el modelo representativo actual, es deseable y necesario que en
una Democracia Participativa el voto siempre sea egoísta; cualquier otro tipo
de comportamiento es irracional, insensato y a la larga perjudicial. El
ciudadano, si puede elegir, siempre buscará el mayor beneficio personal.
Comportándose así pronto se dará cuenta del entramado de dependencias que
existe en la sociedad y, con la práctica, se hará muy refinado a la hora de
decidir qué es lo que le conviene votar. Si alguien emplea el argumento contra
la Democracia Participativa de que la mayoría es egoísta y que una sociedad
basada en el egoísmo no es viable, se equivoca. Seguramente está pensando en un
niño de tres años que en una fiesta de cumpleaños trata de quedarse con todos
los caramelos de la piñata. Por otra parte es muy natural que tengamos esa
opinión sobre nosotros mismos tomados en conjunto. En algún sentido nuestra
sociedad, en lo que se refiere a experiencia, es como un niño de tres años que
no ha tenido tiempo ni ha vivido situaciones en las que madurar. En el futuro,
a medida que todos ejerzamos como gobernantes, nuestra sociedad seguirá siendo
egoísta, si bien al estilo de los adultos; unos egoístas conscientes de que dar
resulta con frecuencia muy beneficioso.
Dar puede ser muy
rentable, ya que muchas decisiones políticas, como las que tienen que ver con
los impuestos, pertenecen a un tipo de situaciones llamadas juegos de suma no nula. Así es como
conocen los matemáticos, en la Teoría de Juegos, a aquellos juegos en que el
monto a ganar o perder no está fijado de antemano como lo estaría en una
partida de póker, en la que lo que gana un jugador en cada mano lo pierden los
otros jugadores. Por el contrario, se trata de juegos en los que los jugadores
pueden aumentar o disminuir el monto total a repartirse, según la estrategia
que elijan. Sería el caso de alguien que alquila su tierra a un agricultor a
cambio de una parte de la cosecha. Si el dueño fija como alquiler un porcentaje
demasiado alto sucede que al agricultor, después de alimentarse, apenas le
quedará grano para simiente y, por tanto, poca será la cosecha que repartirá
con el dueño al año siguiente.
El votante no tiene como
primer objetivo evitar que otros ganen, sino elegir la estrategia que más hace
crecer su ganancia con independencia, hasta cierto punto, de que otro pueda
salir más beneficiado. Esto se aplica a cualquier minoría, ya estemos hablando
de una minoría racial o económica, incluso a maneras particulares de ver el
mundo.
Otra cuestión que mueve
la balanza hacia el lado de las minorías y las opiniones minoritarias es, cómo
no, una ley económica: a medida que la población tenga más de algo, lo valorará
menos y deseará cosas que no le interesaron en un primer momento. Cuando la
población disponga de suficientes instalaciones deportivas, valorará más tener
un teatro municipal; y cuando haya suficientes concursos de miss camiseta mojada empezará a pedir
otras cosas más refinadas, como por ejemplo... concursos de lucha de mujeres en
el barro, jaja. En este sentido no nos hagamos demasiadas ilusiones. Por
ejemplo, el nivel cultural de los habitantes de las dictaduras del este de
Europa era muy superior al del ciudadano estadounidense o europeo occidental medio
de la misma época, a juzgar por el refinamiento del tipo de espectáculos a los
que acudían o los libros que leían. Quiero decir con esto que democracia y
nivel cultural tampoco son cosas que tengan que ir de la mano. Además, ¿qué es
eso del nivel cultural y del refinamiento cultural que tan alegremente me acabo
de sacar de la manga?
Y si bien no debemos
hacernos muchas ilusiones, tampoco desesperemos, pues lo público no tiene por
qué asfixiar lo privado; seguirá existiendo un espacio para lo privado, mayor o
menor que ahora, ¿quién sabe?, de manera que cada individuo no tenga qué
“tragarse”, obligatoriamente, lo que elija la mayoría en materia de cultura o
cualquier otra cosa.
Por otra parte si la Democracia Participativa Gobedana sería la dictadura de la mayoría, como afirman
los liberales más radicales, entonces la Democracia Representativa Ciudadana
actual es la dictadura de los representantes políticos, jaja, pero, si me dan a elegir…