viernes, 13 de septiembre de 2013

¿Sería la Democracia Participativa Gobedana en la práctica una tiranía de las mayorías?

(Nota: Este blog debe ser entendido como el desarrollo y presentación de una idea, por ello, si es la primera vez que lee sobre Democracia Participativa Gobedana, le recomiendo comenzar por la primera página del blog y continuar desde allí)

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Resulta sorprendente que aquello que más deseamos es también lo que más tememos. Lo más atractivo y deseable de la Democracia Participativa Gobedana es que en ella siempre prevalece la opinión de la mayoría, consecuentemente, el mayor temor que despierta en nosotros es que siempre prevalezca la opinión de la mayoría. 
Es el argumento favorito de los liberales, contra el aumento de la participación de los ciudadanos en las decisiones políticas, que, además, expresan de una manera muy contundente: “En la práctica, se trataría de una dictadura de las mayorías”. Hay que reconocer que no les falta gracia e ironía.
He oído expresar este miedo de muy diversas maneras. “Si la mayoría decide el gasto del Estado en cultura, solamente habrá dinero para fútbol y concursos de pedos”. “Las leyes sólo obligarían a pagar impuestos a los ricos”, etc. La forma más contundente de presentar la cuestión la hizo la primera persona a la que le hablé de la Tarjeta Democrática, hace más de una década, quien como primer comentario exclamó: “¡Qué horror! Matarían a todos los gitanos”. Tengo que confesar que quedé muy impresionado por su reacción.
¿Terminará la Democracia Participativa Gobedana con los grupos o con las opiniones minoritarias? Intentaré tranquilizar al lector, aunque no va a ser fácil, ni agradable, ya que para disminuir el miedo hacia la Democracia Participativa habrá que disminuir, en igual intensidad, el deseo por ella. Es una ley natural, no puedo hacer nada por evitarlo, jaja.
Reconozcamos sin pudor que si la mayoría es la que decide, tenderá a crear una sociedad que beneficie a esa mayoría; con toda seguridad en perjuicio de las minorías. Eso a la larga hará que las minorías tengan poco incentivo en seguir siendo minorías y, en la medida que les sea posible, se irán integrando en la mayoría. Esto tiene su lado positivo, ya que se lograría una sociedad más igualitaria por la única vía posible, incentivar la integración, y no como ahora se hace, financiando las diferencias. Pero la tendencia hacia la homogeneización es sólo la mitad de la historia, pues ¿hasta qué punto conviene una sociedad completamente homogénea? ¿A partir de cierto grado de homogeneidad, una sociedad ¿será más productiva, próspera, dinámica, creativa, segura, feliz? Sencillamente, ¿habrá mayor calidad de vida para la mayoría de la gente? Me temo que no. En conclusión: las diferencias, hasta donde nos es posible imaginar, son necesarias; lo que queda por determinar es en qué aspectos y cómo de grandes le conviene a una sociedad que sean.
Pongamos como ejemplo el caso de los impuestos para preguntarnos qué sucedería si se decidiese todo lo referente a ellos con la Tarjeta Democrática. Parece lógico que, en un principio, la mayoría intentará desplazar el pago de impuestos a los grupos que ocupan los extremos de la campana de Gauss, y no sólo hacia los que más tienen, también, en términos relativos, hacia los que menos tienen.
En esta situación, las personas que más ingresos recibiesen por su trabajo se preguntarían qué sentido tendría trabajar más horas o asumir mas responsabilidades en su trabajo, si el Estado, a partir de una cierta cantidad de ingreso, se quedaría prácticamente con todo. Igual sucede con los empresarios y los rentistas, para quienes no tendría incentivo asumir riesgos comenzando nuevos negocios. La gente con más ingresos reaccionaría siendo menos productiva o marchándose a un país donde su trabajo y su dinero fuesen más rentables. En el caso de establecer impuestos relativamente altos a los más pobres, esto podría volverse en contra de todos en forma de más delincuencia y marginación.
¿De qué le sirve a la mayoría hacer pagar en exceso impuestos a las minorías, si con ello se va a generar una bajada de la actividad económica por la que va a disminuir el ingreso de cada individuo de esa mayoría y, en consecuencia, de los bienes que disfruta? Es de suponer que, si una determinada manera de recaudar impuestos disminuye el bienestar de la mayoría, esa misma mayoría intentará encontrar otra manera de recaudar impuestos que lo aumente, con independencia de que eso signifique primar a las minorías.
Conviene pensar en todo lo referente a la nueva democracia –y el caso de los impuestos es un buen ejemplo– como un proceso progresivo en el que todas las cuestiones irán ajustándose por el procedimiento de prueba y error.
La supervivencia de las minorías, en mejores o peores condiciones, vendrá dada por lo que estas minorías sean capaces de aportar a la mayoría. De manera que algunas minorías lograrán en la nueva democracia un reconocimiento y una tolerancia mayor de la que ahora tienen. El caso concreto de las minorías raciales tal vez pueda parecer distinto, pero es esencialmente el mismo.
Efectivamente, según hemos dicho, habría dos fuerzas que determinarían la condición de las minorías, una que tiende a integrarlas haciéndolas desaparecer en la mayoría y otra que incentiva las diferencias, en la medida que la diferencia aumenta la calidad de vida de la mayoría. La resultante de estas dos fuerzas lograría que las minorías limasen aquello que las hace ser rechazadas por la mayoría, potenciando aquello que las hace deseables.
También está a favor de la supervivencia de las minorías el que la situación no es siempre la de una mayoría homogénea enfrentándose a una minoría. Recordemos que, en muchas ocasiones, se trata más de un conglomerado de minorías a la que llamamos mayoría, enfrente de una minoría que, por otra parte, no tiene por qué ser completamente homogénea. Tampoco se puede despreciar el hecho de que la minoría tiene la condición de ciudadano y, por tanto, derecho a voto lo que pone barreras a la voracidad de la mayoría. Resulta difícil recortar los derechos de otros ciudadanos sin hacer lo mismo con los propios.
Naturalmente no podemos afirmar nada categóricamente, pero todo apunta hacia una mejora a la larga de la convivencia y la integración entre todas las minorías siempre que éstas tengan condición de ciudadanos. El caso de que la minoría no tenga derecho a voto, me refiero a los emigrantes, es distinto y se tratará más adelante.
Como apreciará el lector, en la Democracia Participativa se llegaría a una situación radicalmente distinta a la actual, en la que los líderes de las minorías pretenden acentuar las diferencias debido a que dichos líderes “viven” gracias a esas diferencias. La supervivencia, en buenas condiciones, de algunas minorías en las democracias actuales tiene que ver más con el entendimiento que logren sus representantes con los políticos de turno, cambiando votos por trasferencias económicas y privilegios, que con la aceptación por parte del resto de la sociedad. Este modo de generar decisiones no puede conducir ni a la integración ni a la aceptación de las diferencias por parte de grueso de la sociedad, por mucho que se gaste en campañas de opinión.
Las nefastas políticas de integración que se sigue en el caso de algunas minorías se deben a que quienes soportan los efectos negativos de esas minorías no son los políticos sino simples ciudadanos. Los votantes deberían poder decidir si lo que les “aporta” una minoría concreta les compensa de lo que les “cuesta” y, en consecuencia, si dicha minoría debe tener un trato fiscal o de transferencias económicas, como viviendas gratuitas u otros servicios especiales. Ahora son los políticos, siguiendo sus propias necesidades de captar votos o financiación para sus campañas, los que dan y quitan a las minorías. Su principio es discriminación positiva a cambio de votos. También la sociedad puede hacer en un futuro lo mismo: discriminación positiva o negativa a las minorías a cambio de bienestar para todos.
Ciertamente estos ajustes no estarán exentos de tensiones. Que nadie se llame a engaño, la Democracia Participativa Gobedana no será un idílico Paraíso Terrenal. Eso sí, con el voto directo de cada ciudadano se facilitará la negociación evitando que los problemas se enquisten y oculten de manera que se manejen cuando todavía tienen solución.
Por mucho que pueda repugnar, desde la moralina buenista con la que se disimulan los intereses concretos en el modelo representativo actual, es deseable y necesario que en una Democracia Participativa el voto siempre sea egoísta; cualquier otro tipo de comportamiento es irracional, insensato y a la larga perjudicial. El ciudadano, si puede elegir, siempre buscará el mayor beneficio personal. Comportándose así pronto se dará cuenta del entramado de dependencias que existe en la sociedad y, con la práctica, se hará muy refinado a la hora de decidir qué es lo que le conviene votar. Si alguien emplea el argumento contra la Democracia Participativa de que la mayoría es egoísta y que una sociedad basada en el egoísmo no es viable, se equivoca. Seguramente está pensando en un niño de tres años que en una fiesta de cumpleaños trata de quedarse con todos los caramelos de la piñata. Por otra parte es muy natural que tengamos esa opinión sobre nosotros mismos tomados en conjunto. En algún sentido nuestra sociedad, en lo que se refiere a experiencia, es como un niño de tres años que no ha tenido tiempo ni ha vivido situaciones en las que madurar. En el futuro, a medida que todos ejerzamos como gobernantes, nuestra sociedad seguirá siendo egoísta, si bien al estilo de los adultos; unos egoístas conscientes de que dar resulta con frecuencia muy beneficioso.
Dar puede ser muy rentable, ya que muchas decisiones políticas, como las que tienen que ver con los impuestos, pertenecen a un tipo de situaciones llamadas juegos de suma no nula. Así es como conocen los matemáticos, en la Teoría de Juegos, a aquellos juegos en que el monto a ganar o perder no está fijado de antemano como lo estaría en una partida de póker, en la que lo que gana un jugador en cada mano lo pierden los otros jugadores. Por el contrario, se trata de juegos en los que los jugadores pueden aumentar o disminuir el monto total a repartirse, según la estrategia que elijan. Sería el caso de alguien que alquila su tierra a un agricultor a cambio de una parte de la cosecha. Si el dueño fija como alquiler un porcentaje demasiado alto sucede que al agricultor, después de alimentarse, apenas le quedará grano para simiente y, por tanto, poca será la cosecha que repartirá con el dueño al año siguiente.
El votante no tiene como primer objetivo evitar que otros ganen, sino elegir la estrategia que más hace crecer su ganancia con independencia, hasta cierto punto, de que otro pueda salir más beneficiado. Esto se aplica a cualquier minoría, ya estemos hablando de una minoría racial o económica, incluso a maneras particulares de ver el mundo.
Otra cuestión que mueve la balanza hacia el lado de las minorías y las opiniones minoritarias es, cómo no, una ley económica: a medida que la población tenga más de algo, lo valorará menos y deseará cosas que no le interesaron en un primer momento. Cuando la población disponga de suficientes instalaciones deportivas, valorará más tener un teatro municipal; y cuando haya suficientes concursos de miss camiseta mojada empezará a pedir otras cosas más refinadas, como por ejemplo... concursos de lucha de mujeres en el barro, jaja. En este sentido no nos hagamos demasiadas ilusiones. Por ejemplo, el nivel cultural de los habitantes de las dictaduras del este de Europa era muy superior al del ciudadano estadounidense o europeo occidental medio de la misma época, a juzgar por el refinamiento del tipo de espectáculos a los que acudían o los libros que leían. Quiero decir con esto que democracia y nivel cultural tampoco son cosas que tengan que ir de la mano. Además, ¿qué es eso del nivel cultural y del refinamiento cultural que tan alegremente me acabo de sacar de la manga?
Y si bien no debemos hacernos muchas ilusiones, tampoco desesperemos, pues lo público no tiene por qué asfixiar lo privado; seguirá existiendo un espacio para lo privado, mayor o menor que ahora, ¿quién sabe?, de manera que cada individuo no tenga qué “tragarse”, obligatoriamente, lo que elija la mayoría en materia de cultura o cualquier otra cosa.
Por otra parte si la Democracia Participativa Gobedana sería la dictadura de la mayoría, como afirman los liberales más radicales, entonces la Democracia Representativa Ciudadana actual es la dictadura de los representantes políticos, jaja, pero, si me dan a elegir… 

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