lunes, 17 de febrero de 2014

La Discusión pública I


(Nota: Este blog debe ser entendido como el desarrollo y presentación de una idea, por ello, si es la primera vez que lee sobre Democracia Participativa Gobedana, le recomiendo comenzar por la primera página del blog y continuar desde allí)




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Como recordará hemos definido “Democracia” como "Una forma de gobierno basada en la Discusión Pública y Votación posterior de la población". Todo los términos en esta definición son importantes, sin duda, pero el más complejo y polémico, y el que más tiempo nos va a ocupar es el de “Discusión pública”. 
Se supone que toda decisión viene precedida de algún tipo de meditación o discusión a cerca de de su idoneidad por parte de las personas que tienen que decidir. Todas las formas de gobierno por primitivas que sean, si es que van a sobrevivir, necesitan un mínimo de reflexión. De manera genérica la Discusión Pública es inherente a la toma de decisiones. La Discusión Pública puede restringirse a una sola persona, un círculo estrecho como un consejo de ministros, un parlamento o implicar a toda una nación como cuando se eligen representantes políticos. En este caso a la Discusión Pública le damos un nombre específico; Campaña Electoral. Por ello las preguntas sobre las discusiones públicas son muy similares a las que nos hacemos alrededor de las campañas electorales ¿Vamos a tener acceso a toda la información necesaria para formarnos una opinión? ¿Existe el riesgo de que sólo los grupos más poderosos y organizados puedan participar en las discusiones públicas y los ciudadanos seamos simples espectadores? ¿Cuál será el papel de los medios de comunicación? ¿Y cuál el de los partidos políticos, sindicatos, organizaciones religiosas y demás grupos de presión? ¿Serán muy costosas? ¿Quién las financiará? y algunas dudas más que despiertan desconfianza… este asunto puede alargarse más que un día sin pan, de manera que le ruego paciencia.
De forma intuitiva, y no solo intuitiva, podemos ver la Discusión Pública como un proceso muy similar al que tiene lugar dentro de nuestras propias cabezas antes de tomar una decisión. Sucede que una función muy importante de nuestro cerebro es la de simular. Lo que llamamos meditar una decisión, ya sea un movimiento de ajedrez o donde invertiremos nuestro dinero, consiste en “simular” cuáles serían las consecuencias de nuestros actos, antes de llevarlos realmente a cabo. Así pues la Discusión pública es como un gran juego en el que compiten escenarios futuros, visiones, sobre las consecuencias de que salga una u otra opción. No soy ningún temerario si afirmo que lo que realmente preocupa a un electorado experimentado son las consecuencias de lo que se decida. Prioritariamente la Discusión trata de responder a la incógnita de cuál de todas las opciones de voto es la más superviviente para la sociedad y, por supuesto, cuál es la más superviviente para cada individuo que va a ejercer el voto. Y, como quiera, que las cosas materiales suelen considerarse muy importantes para la supervivencia, casi siempre, por no decir siempre, se estará decidiendo sobre dinero. Ya sea que se aprecie de manera rápida y directa o nos cueste mucho darnos cuenta, siempre hay repercusiones sobre el reparto de las rentas que se generan en la nación; por mucho que estas repercusiones materiales se escondan tras una cortina de demagogia buenista, moralidad ecuánime, valores humanos o religiosos irrenunciables y desinteresados, lo que se discute, es el reparto de la "cosecha" anual, la Renta Nacional, no perdamos nunca esto de vista.
Para nuestros intereses, podemos definir la Discusión Pública como Periodo de tiempo previo a una votación, durante el cual se desarrollan actividades comunicativas con la intención de que el ciudadano se forme una opinión y pueda votar en consecuencia. En la práctica, emplearé el término “Discusión Pública” tanto para referirme al periodo de tiempo como a las actividades que se desarrollan durante ese periodo. La Discusión Pública se puede visualizar como una máquina cuya finalidad fuese fabricar la opinión de los ciudadanos. Visto de esta forma podemos evaluar la calidad de una Discusión Pública concreta por la calidad de su producto: La Opinión.
Pero ¿qué es eso a lo que llamamos “opinión”? En castellano la palabra “opinión” es demasiado imprecisa para que sirva a nuestros fines, por eso, vamos a darle un significado más específico distinguiendo entre “postura” y “opinión”. “Posturas” son las ideas que usted tiene sobre el aborto, el matrimonio homosexual, la educación, los impuestos, etc. Se trata de simples posturas porque lo que usted opine sobre esos asuntos no tiene ninguna influencia sobre lo que finalmente decida el gobierno de turno, que raramente o nunca somete estos asuntos a votación. “Opinión”, por el contrario, son las ideas que usted tiene sobre algo en lo que sí puede decidir en su totalidad o en parte directamente, como por ejemplo, qué modelo de automóvil va a comprar, y, también como ya hemos dicho, quién será el próximo partido gobernante. Más claro: usted puede tener una “postura” sobre de qué color debería pintarse la Torre Eiffel, no una opinión; pero si puede tener una opinión sobre como pintar la escalera de su comunidad ya que va a poder decidirlo, en alguna medida, votando en la reunión de vecinos. Así pues usted tiene opinión sobre lo que puede decidir y sobre todo lo demás solo tiene posturas; la capacidad de decidir es lo que marca la diferencia entre “opinión” y “postura”.
¿Y por qué no podemos tener opinión sobre algo que no podemos decidir? Ya hemos mencionado que una postura no tiene consecuencias y una opinión sí, una nos hace responsables y la otra no. Es una de las diferencias entre las encuestas y las votaciones. No es lo mismo responder en una encuesta que se está de acuerdo con la pena de muerte a votarlo; una mata y la otra no. Otra razón por la que no podemos tener opinión es que para tenerla tiene que desplegarse ante nuestros ojos el drama de la discusión y así podamos averiguar qué opinan los demás, ya sean los grupos más directamente afectados, los líderes de opinión o nuestros amigos y familiares y, se nos ofrezcan muchos de los datos disponibles. Como decíamos a propósito de las simulaciones, durante la Discusión Pública los interesados en que salga una u otra opción de voto despliegan escenarios ante nuestros ojos, pero también necesitamos datos para valorar la probabilidad de que se den finalmente los escenarios que nos presentan; se necesitan escenarios y datos objetivos para valorarlos. Pero sucede que la información, entendida como datos más o menos objetivos y contrastables, sólo se pone a nuestra disposición cuando vamos a formar parte de las decisiones. La información sale a la luz si va a haber votación, si no es así ni todos los interesados ni todos los intereses ni toda la información se muestran a la luz pública ni le prestamos atención caso de que se mostrasen. Por cierto, la falta de información es otra de las cosas que diferencian una encuesta de una votación, razón por la cual una encuesta es un pobre sustituto de una votación y el gobernarnos por encuestas, como ahora nos gobernamos, tiene consecuencias desastrosas. ¿Qué puede contestar una persona a una pregunta si no tiene información sino tan solo le han llegado rumores y ruido mediático?
Pues bien, si un asunto no se va a decidir mediante una votación, puede que los más interesados consideren que lo más eficiente sea negociar directamente con los políticos a espaldas de la ciudadanía. Y, en su caso y el mío, si no vamos a decidir ¿para qué queremos saber? Todo lo más, al ciudadano medio nos basta un poco de información, aderezada con mucha emotividad, para tener una postura. Si no va a haber una votación, a lo más que vamos a tener acceso es a “Campañas de Opinión”, que se suele confundir con las Discusiones Públicas, un gato por liebre más de la Democracia Representativa, financiadas por grupos de presión que intentan influir de manera indirecta sobre la decisión final del gobierno. Esto es algo muy por debajo de las necesidades de una D. Participativa Gobedana; el gobedano necesita información puesto que va a ser quien, al menos en parte, decida; el ciudadano no necesita información puesto que no decide, como mucho, necesita sentirse emocionalmente implicado con las decisiones de los políticos y eso más que información requiere de demagogia, es decir, medias verdades, mentiras flagrantes y toneladas y toneladas de prejuicios y palabrería sentimentaloide; pero qué le voy a contar que usted no sepa y sufra diariamente.

Si el objetivo de la Discusión Pública es que el ciudadano se forme una opinión para poder votar, lo siguiente es preguntarnos quienes van a intervenir en dicha Discusión. En principio, todos tendremos derecho a participar, más que nada porque es muy difícil excluir a nadie de dar su opinión, si es que dispone de cauces y recursos para hacerlo, incluidos otros países, empresas y organizaciones no nacionales, que pueden estar más interesados en su beneficio que en el nuestro. Para no complicar mucho el análisis, por el momento, nos olvidaremos del “sector exterior”. Así, con “todos” nos referimos a todas las personas, empresas, organizaciones e instituciones de todo tipo incluido el propio Estado del país de que se trate. Para nuestros fines podemos agrupar a “todos” en tres grandes grupos de agregados: los Ciudadanos, o más propiamente Gobedanos ya que se les permite decidir, tomados de manera individual, es decir, uno a uno; los Grupos, que incluye todo tipo de organizaciones con y sin ánimo de lucro y, finalmente, el grupo formado por todas las instituciones del Estado.
Podemos imaginar a esos tres grandes grupos, Gobedanos, Grupos y Estado, como tres parroquianos dialogando sentados alrededor de una mesa de café; la Discusión Pública, sería entonces, el diálogo que mantienen entre ellos. Y ahora es cuando empiezan las complicaciones, porque idealmente se supone que todos tienen que poder hablar con los otros dos, incluso que puedan comunicarse consigo mismos. Y esto no es sencillo ya que se requieren necesariamente de nueve caminos. De manera que un Gobedano concreto, debería poder comunicarse con el Estado, los Grupos y, por supuesto, con los demás gobedanos, eso hace tres caminos. Lo mismo para los Grupos, que deben poder comunicar con otros grupos, los gobedanos y con el Estado. Igualmente el Estado que, al ser a su vez un agregado de instituciones, deben poder comunicarse entre ellas y, claro está, debe poder dirigirse a cada grupo y a cada gobedano en particular. Como decíamos, suman nueve caminos o vías para la comunicación que deben ser garantizados, en alguna medida, para que exista una Discusión Pública acorde a las necesidades de una Democracia Participativa. Algunos caminos ya existen y están más que asentados, como por ejemplo, los que permiten llevar una comunicación desde el Estado a los Gobedanos y a los Grupos. El Estado, cuando quiera y como quiera, ya sea mediante campañas en los medios o mandándonos una comunicación a nuestra dirección, física o electrónica, nos dice su opinión y lo que desea de nosotros, incluso nos prepara una cita personal con un funcionario o nos manda a la policía a buscar si lo cree necesario para que le hagamos caso; desde luego medios no le faltan para comunicarse. En el otro extremo, en cuanto facilidades, está la comunicación del ciudadano actual con el Estado que, sencillamente, no existe. Ciertamente usted puede comunicar con el Estado para asuntos que le atañen de manera particular, como por ejemplo hacerle saber que no está de acuerdo con el cobro de una tasa o con el pago de una multa, pero para su opinión sobre asuntos de interés general, como lo que opina sobe el trazado de un proyecto de carretera, política de inmigración, legalización de drogas, etc., sencillamente no hay caminos establecidos. En la Democracia Representativa actual si un ciudadano quiere hacerle llegar al Estado lo que piensa sobre algo de interés general debe, obligatoriamente que ponerse en manos de los representantes de grupos para comunicar con el Estado, por algo vivimos en una Democracia representativa; ni aún los representantes de los grupos disponen siempre de cauces claros para comunicar con el Estado. Por supuesto siempre puede, si está muy deseoso de que le escuchen, quemarse vivo a las puertas del Parlamento o intentar pegarle un tiro a un diputado o al mismísimo presidente. Pero, convendrá conmigo, en que la Democracia Participativa debería encontrar maneras más eficientes y normalizadas para que los gobedanos, repito, de manera individual, se comuniquen con el Estado. Otros caminos, ni siquiera eran concebibles, hasta la llegada de las nuevas tecnologías de la comunicación, me refiero a que una persona, sin apoyo de un grupo y sin grandes recursos económicos, pudiera ser escuchada por muchas otras.

Comprender la Discusión Pública se reduce, en gran parte, a comprender estos nueve caminos, y, sin duda, nos dedicaremos a ello más adelante; pero antes de continuar con ello me gustaría poner algún ejemplo que de algo de concreción al tema que amenaza con volverse demasiado abstracto. 

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martes, 24 de septiembre de 2013

Por qué partidos e ideólogos, de todo signo y tendencia, rechazan la Democracia Participativa Gobedana

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Parece lógico que los dirigentes de los partidos perciban cualquier forma de Democracia Participativa como una amenaza para su poder hegemónico, de la misma manera que, en otro tiempo, la nobleza no podía ver con simpatía la pretensión de la burguesía por participar en las decisiones políticas. Yo en su caso haría lo mismo. Y, aunque como he sugerido en otra entrada del blog, si los dirigentes de los partidos juegan bien sus cartas pueden lograr si no más poder, porque eso es imposible, si garantizar un puesto preeminente para su partido, en un futuro más democrático. Pero hasta que no visualicen esto, es normal que no quieran oír hablar de participación ciudadana.

Sin embargo resulta más difícil de explicar por qué los defensores de las ideologías sean las que sean, rechazan la Democracia participativa, entendiendo la participación como participación de los individuos, no de grupos organizados. Desde el liberalismo radical, hasta el comunismo, pasando por ecologistas y asamblearios, todos la rechazan… ¿por qué? La respuesta es simple; no son demócratas, al menos no son suficientemente demócratas. Pero aún así, pasando por alto este "pequeño" detalle, cabría pensar que puesto que la DPG abre puertas a la expansión de sus ideas ya que van a tener más oportunidades de hacer propuestas y de argumentar sobre ellas ante los votantes, que al menos de manera estratégica apoyaran el modelo participativo gobedano; pero no ha sido así, ni mucho menos, solo ha encontrado desconfianza y rechazo.
En un principio, no podía entender su cerrazón, hasta que empecé a interesarme por su propia visión del futuro. No fue difícil darme cuenta de que todos estos grupos ideológicos, más o menos puristas, comparten una idea común; “El gran colapso”. Piensan que la sociedad colapsará debido a que no siguen en puridad su ideología y, como justo castigo entraremos en una crisis irreversible y que cuando esto, inevitablemente se produzca, ellos, los puros, heredarán la tierra, jaja. Para los de izquierda, comunistas o asamblearios las masas durante la Gran Crisis terminará alzándose contra sus opresores y encumbrándoles a ellos como salvadores. Para los liberales, igualmente el colapso les dará la razón y la gente comprenderá el error de tener un Estado demasiado grande e intervencionista y abrazarán sus tesis. De hecho es algo que tienen tan claro que hablan abiertamente de ello y planean que hacer llegado el momento unos hablan de la Gran Huelga General y los otros han elaborado planes de acción concretos que les permite en cada escenario de crisis introducir más políticas liberales. De manera que solo tienen que esperar, y, de una manera pasivo agresiva, desear, que la sociedad fracase de manera estrepitosa, su deseo ni siquiera mal disimulado es; cuanto peor mejor. Y esa es la auténtica razón por la que rechazan la DPG, su implantación implicaría que su ideología siguiese compitiendo con las demás, cuando ya han visualizado un futuro perfecto en el que tendrán todo el reconocimiento y poder que ansían. Si le parece que exagero pregunte a uno de esos ideólogos o simples seguidores como será el futuro… indefectiblemente todo pasa por un colapso que les terminará dando la razón… y, necesariamente, el poder a los suyos.
Ya he comentado que las ideologías no son precisamente demócratas o dicho de otra manera, si sus adeptos tienen que elegir, en una situación concreta, terminan sacrificando la democracia en favor de la ideología.

Pero, no pretendo engañar a nadie, la DPG no solo es rechazada por los dirigentes de los partidos y por los puritanos ideológicos de cualquier ideología, también y, esto es muy frustrante, tampoco levanta ninguna simpatía ni entusiasmo entre los ciudadanos comunes y corrientes. La razón de esta indiferencia, cuando no rechazo, de la ciudadanía es algo que debe explicarse y, sin duda, lo haré... pero en otro momento. 


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domingo, 15 de septiembre de 2013

La evolución del nombre desde "Democracia Real" a "Democracia Participativa Gobedana"


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Nunca he explicado el porqué comencé refiriéndome a esta forma de gobierno como “Democracia Real” hace más de quince años y ha terminado con el nombre de “Democracia Participativa Gobedana”. Cambiar los nombres de las cosas crea confusión y si no se justifica puede parecer algo caprichoso y arbitrario. Y aunque un poco tarde, me siento en la obligación de dar una explicación de cómo y por qué ha sucedido. 
Cuando, como he dicho, hace más de quince años empecé a interesarme por procedimientos en la manera de votar más ágiles  que permitiesen la celebración de referéndums más frecuentes, pronto me di cuenta que aquello desembocaba, inevitablemente, en un nuevo modelo de gobernarnos, me vi en la necesidad de darle un nombre. El primero que se me ocurrió, “Democracia Participativa” tuve que descartarlo porque entonces estaba muy presente la experiencia de los Presupuestos Participativos de Porto Alegre en Brasil y temí que se confundiese el  modelo que proponía con ese otro. Había una gran diferencia entre las dos; los Presupuestos Participativos de Porto Alegre tenían que ver con la participación, pero esta participación fundamentalmente se hacía a través de grupos más o menos organizados, y no mediante la participación directa de los ciudadanos, y esa era para mí una diferencia crucial, por lo que era conveniente marcar distancias. Se me ocurrió entonces, darle el nombre de “Democracia Participativa Ciudadana”, porque me parecía que añadiendo “Ciudadana” se resaltaría la diferencia, pero no me terminó de convencer. Pensé entonces en el nombre “Democracia Directa” que destacaba el hecho de que en el modelo perdían importancia los intermediarios, me refiero a los políticos, y las decisiones se tomaban “directamente”, en alguna medida, por los ciudadanos. Pero, finalmente, terminé adoptando el término de “Democracia Real”, que si bien al principio me resultó fresco y contundente, con el tiempo ha resultado ser muy confuso y, además  pretencioso. Confuso, por tres razones, la primera es un tanto pueril, se trata de que algunas personas creían que con “Real” se hacía referencia al rey, de modo que “Democracia Real” pensaban que  tenía que ver con la democracia en las monarquías, jaja. Ahora resulta cómico, pero entonces esta confusión, entre la gente menos informada, no era infrecuente. Pero había otra razón, que terminó siendo muy irritante. El término “Real” parecía dar a entender que la “democracia Representativa” en la que vivimos no es real, en el sentido de verdadera, y que no se trata más que de una engañifa, una construcción engañosa diseñada por unos pocos para confundir a la mayoría. Esto es algo que no pienso y oscurecía el hecho de que la “Democracia Representativa” era la antecesora y por tanto madre de lo que quiera que venga después. Pero, algo aún más inquietante, se escondía tras la palabra “Real”; daba a entender que el modelo de democracia al que se aplicaba era un modelo acabado y perfecto, tras el que no cabía cambio ni mejora posterior. Esto estaba totalmente en contra de la idea evolutiva que está en la base de cuanto mantenemos aquí; porque una cosa es que no podamos ver el futuro del futuro y otra que creamos que después del futuro ya no hay un futuro distinto. No quería caer en la misma falsa idea, por muy conveniente que resulte cuando todo va bien, sobre que vivimos en un modelo perfecto lo único que pasa es que la gente no está a la altura. Al igual que se pensaba antes de la Revolución Francesa cuando creían que la monarquía era perfecta sólo que los monarcas no estaban a la altura, jaja. Que es, por cierto, una idea idéntica en la que están atrapados los ciudadanos actuales, tal vez incluso usted mismo; "la democracia es perfecta lo que pasa que los políticos son unos ladrones", jaja. De manera que la solución no puede ser otra que en buscar mejores representantes políticos mejores, jaja. Pero eso ya lo he dicho en muchas otras partes y además no es el tema de hoy.
Pero por muy incómodo que me hiciese sentir la palabra “Real” no fue hasta hace relativamente poco, que las circunstancias, el entorno, me obligaron a volver a cambiar el nombre si quería sobrevivir a la competencia con otros modelos concretos e ideas más o menos difusas sobre la manera de gobernarnos que aparecieron al calor de eso que se ha bautizado, también de manera poco apropiada en mi opinión, como “15M”.
Ingenuamente creí en un primer momento que, dado que el eslogan más repetido era ¡Democracia Real YA! Quienes estuviesen detrás de aquel eslogan tendrían una idea similar a la que yo tenía sobre el futuro modelo de Estado, pero cuando apareció un grupo que se hacía llamar con ese nombre, “DRY”, que tenía colgado en su página un manifiesto, donde solo al final del mismo se hacía mención a la participación ciudadana y además si ninguna concreción, me di cuenta de que no teníamos nada en común… salvo el nombre. Era evidente que no tenía la menor oportunidad de competir con dicho grupo por utilizar el nombre, lo más sensato era renombrarlo… y deprisa. Pero no sólo estaba el DRY, también había otros modelos más trabajados como Democracia Líquida o Democracia 4.0 que si se habían enfrentado con el problema de integrar a los ciudadanos al Parlamento y con los que también había que marcar diferencias en el nombre, porque también las había en el fondo. Lo más fácil era añadirle una coletilla y la única que me venía a la cabeza era la muy gastada de “Ciudadana”. 
Por suerte, como ya he explicado en otro sitio, en aquel entonces me había dado por pensar que a cada modo de producción no solo le correspondía un modo de gobierno, también los individuos se daban un nombre distintivo a sí mismos que hacía referencia a algún aspecto significativo de la función que hacían en la sociedad o de su lugar dentro de ella; cazador y guerrero en una sociedad tribal de cazadores recolectores; siervo (esclavo de un señor)en el feudalismo, súbditos o vasallos (por debajo de otro, el rey) en las monarquías y, es nuestro caso, se les llama ciudadanos, en las repúblicas y democracias, que viene a resaltar el que cada persona tiene los mismos derechos y deberes dentro de la sociedad. Aunque si me apura el nombre que mejor nos describe es el de contribuyentes, jaja. El nuevo modelo de Estado también establecía una nueva función para el individuo; ¡gobernar! Tarde o temprano surgiría un nombre nuevo… y porque no podía dárselo yo mismo, jaja. Así que me puse a inventar la palabra juntando “gobernante” y “ciudadano” ya que las personas del futuro serían las dos cosas. Elegí el acrónimo “gobedano” que era el menos malsonante para mis oídos, de entre otros como  “ciugobernante” o “ciunante”, etc. Aunque chocante al principio, en la actualidad no sólo empleo la palabra con toda naturalidad, sino que no entiendo cómo podía pasar sin ella ya que me ahorra la tediosa construcción de “ciudadanos del futuro” y similares y, algo mucho más interesante, se me ha hecho patente que considerarse a si mismo como un gobedano muy distinto de sentirse un ciudadano “pelao”, de la misma manera que ser ciudadano es algo muy distinto de ser un súbdito y no digamos de ser un siervo. Me refiero a que pensarán y se sentirán de manera distinta a nosotros ya que su función social también lo será. Le confieso que con su uso, he empezado a sentir un cierto desprecio por el término ciudadano, como supongo que usted lo siente por el término súbdito,jaja. 
Aprovecho para animarle a que lo utilice para referirse a usted mismo. Puede que sea algo precipitado, ciertamente no dispone de una Tarjeta Democrática con la que votar en el Parlamento, pero, quién le impide pensar y sentir que tiene derecho a ella. Por algún sitio hay que empezar a cambiar. Por qué no comenzar por uno mismo, exorcizando al ciudadano que lleva dentro y poniendo en su lugar un flamante gobedano, jaja. Pero volvamos con el tema que nos ocupa antes de que perdamos el hilo, y la compostura, definitivamente.
Así que con “Gobedano” había encontrado la coletilla perfecta y fue, precisamente, con “Democracia Real Gobedana”, con el nombre que empecé este blog; aunque no tardé en  deshacerme de “Real” a favor de “Participativa” ya que ahora con la palabra “Gobedana”, tan  peculiar, no había miedo de que se confundiese con ninguna otra cosa. 
Y esta es la historia de cómo surgió el nombre de “Democracia Real Gobedana” para designar un posible modelo evolucionado de la actual Democracia Representativa (Ciudadana) y que, repito por enésima vez, no es un partido, ni grupo ni organización de ningún tipo ni puede serlo nunca, porque al fin y al cabo se refiere a la organización política que tiene que ser adecuada para todas las ideologías y partidos democráticos actuales, incluso para los que no lo son pero lo disimulan muy bien, jaja. De manera que nadie puede pretender apropiársela de la misma forma que nadie puede apropiarse la Democracia Representativa Ciudadana. Lo que si puede suceder en un futuro es que todos los partidos compitan por aparentar ser los más participativos y los más respetuosos con los gobedanos, pero eso es otra cosa… bueno, en realidad, es lo de ahora que todos los partidos se jactan de ser los más demócratas y acusan a los otros de no serlo, jaja.
Tan sólo me resta, de gobedano a gobedano, pedirle disculpas por una entrada tan pesada y tan anecdótica, pero es que tenía una deuda con los viejos amigos que están perplejos con tanto baile de letras.


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viernes, 13 de septiembre de 2013

¿Sería la Democracia Participativa Gobedana en la práctica una tiranía de las mayorías?

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Resulta sorprendente que aquello que más deseamos es también lo que más tememos. Lo más atractivo y deseable de la Democracia Participativa Gobedana es que en ella siempre prevalece la opinión de la mayoría, consecuentemente, el mayor temor que despierta en nosotros es que siempre prevalezca la opinión de la mayoría. 
Es el argumento favorito de los liberales, contra el aumento de la participación de los ciudadanos en las decisiones políticas, que, además, expresan de una manera muy contundente: “En la práctica, se trataría de una dictadura de las mayorías”. Hay que reconocer que no les falta gracia e ironía.
He oído expresar este miedo de muy diversas maneras. “Si la mayoría decide el gasto del Estado en cultura, solamente habrá dinero para fútbol y concursos de pedos”. “Las leyes sólo obligarían a pagar impuestos a los ricos”, etc. La forma más contundente de presentar la cuestión la hizo la primera persona a la que le hablé de la Tarjeta Democrática, hace más de una década, quien como primer comentario exclamó: “¡Qué horror! Matarían a todos los gitanos”. Tengo que confesar que quedé muy impresionado por su reacción.
¿Terminará la Democracia Participativa Gobedana con los grupos o con las opiniones minoritarias? Intentaré tranquilizar al lector, aunque no va a ser fácil, ni agradable, ya que para disminuir el miedo hacia la Democracia Participativa habrá que disminuir, en igual intensidad, el deseo por ella. Es una ley natural, no puedo hacer nada por evitarlo, jaja.
Reconozcamos sin pudor que si la mayoría es la que decide, tenderá a crear una sociedad que beneficie a esa mayoría; con toda seguridad en perjuicio de las minorías. Eso a la larga hará que las minorías tengan poco incentivo en seguir siendo minorías y, en la medida que les sea posible, se irán integrando en la mayoría. Esto tiene su lado positivo, ya que se lograría una sociedad más igualitaria por la única vía posible, incentivar la integración, y no como ahora se hace, financiando las diferencias. Pero la tendencia hacia la homogeneización es sólo la mitad de la historia, pues ¿hasta qué punto conviene una sociedad completamente homogénea? ¿A partir de cierto grado de homogeneidad, una sociedad ¿será más productiva, próspera, dinámica, creativa, segura, feliz? Sencillamente, ¿habrá mayor calidad de vida para la mayoría de la gente? Me temo que no. En conclusión: las diferencias, hasta donde nos es posible imaginar, son necesarias; lo que queda por determinar es en qué aspectos y cómo de grandes le conviene a una sociedad que sean.
Pongamos como ejemplo el caso de los impuestos para preguntarnos qué sucedería si se decidiese todo lo referente a ellos con la Tarjeta Democrática. Parece lógico que, en un principio, la mayoría intentará desplazar el pago de impuestos a los grupos que ocupan los extremos de la campana de Gauss, y no sólo hacia los que más tienen, también, en términos relativos, hacia los que menos tienen.
En esta situación, las personas que más ingresos recibiesen por su trabajo se preguntarían qué sentido tendría trabajar más horas o asumir mas responsabilidades en su trabajo, si el Estado, a partir de una cierta cantidad de ingreso, se quedaría prácticamente con todo. Igual sucede con los empresarios y los rentistas, para quienes no tendría incentivo asumir riesgos comenzando nuevos negocios. La gente con más ingresos reaccionaría siendo menos productiva o marchándose a un país donde su trabajo y su dinero fuesen más rentables. En el caso de establecer impuestos relativamente altos a los más pobres, esto podría volverse en contra de todos en forma de más delincuencia y marginación.
¿De qué le sirve a la mayoría hacer pagar en exceso impuestos a las minorías, si con ello se va a generar una bajada de la actividad económica por la que va a disminuir el ingreso de cada individuo de esa mayoría y, en consecuencia, de los bienes que disfruta? Es de suponer que, si una determinada manera de recaudar impuestos disminuye el bienestar de la mayoría, esa misma mayoría intentará encontrar otra manera de recaudar impuestos que lo aumente, con independencia de que eso signifique primar a las minorías.
Conviene pensar en todo lo referente a la nueva democracia –y el caso de los impuestos es un buen ejemplo– como un proceso progresivo en el que todas las cuestiones irán ajustándose por el procedimiento de prueba y error.
La supervivencia de las minorías, en mejores o peores condiciones, vendrá dada por lo que estas minorías sean capaces de aportar a la mayoría. De manera que algunas minorías lograrán en la nueva democracia un reconocimiento y una tolerancia mayor de la que ahora tienen. El caso concreto de las minorías raciales tal vez pueda parecer distinto, pero es esencialmente el mismo.
Efectivamente, según hemos dicho, habría dos fuerzas que determinarían la condición de las minorías, una que tiende a integrarlas haciéndolas desaparecer en la mayoría y otra que incentiva las diferencias, en la medida que la diferencia aumenta la calidad de vida de la mayoría. La resultante de estas dos fuerzas lograría que las minorías limasen aquello que las hace ser rechazadas por la mayoría, potenciando aquello que las hace deseables.
También está a favor de la supervivencia de las minorías el que la situación no es siempre la de una mayoría homogénea enfrentándose a una minoría. Recordemos que, en muchas ocasiones, se trata más de un conglomerado de minorías a la que llamamos mayoría, enfrente de una minoría que, por otra parte, no tiene por qué ser completamente homogénea. Tampoco se puede despreciar el hecho de que la minoría tiene la condición de ciudadano y, por tanto, derecho a voto lo que pone barreras a la voracidad de la mayoría. Resulta difícil recortar los derechos de otros ciudadanos sin hacer lo mismo con los propios.
Naturalmente no podemos afirmar nada categóricamente, pero todo apunta hacia una mejora a la larga de la convivencia y la integración entre todas las minorías siempre que éstas tengan condición de ciudadanos. El caso de que la minoría no tenga derecho a voto, me refiero a los emigrantes, es distinto y se tratará más adelante.
Como apreciará el lector, en la Democracia Participativa se llegaría a una situación radicalmente distinta a la actual, en la que los líderes de las minorías pretenden acentuar las diferencias debido a que dichos líderes “viven” gracias a esas diferencias. La supervivencia, en buenas condiciones, de algunas minorías en las democracias actuales tiene que ver más con el entendimiento que logren sus representantes con los políticos de turno, cambiando votos por trasferencias económicas y privilegios, que con la aceptación por parte del resto de la sociedad. Este modo de generar decisiones no puede conducir ni a la integración ni a la aceptación de las diferencias por parte de grueso de la sociedad, por mucho que se gaste en campañas de opinión.
Las nefastas políticas de integración que se sigue en el caso de algunas minorías se deben a que quienes soportan los efectos negativos de esas minorías no son los políticos sino simples ciudadanos. Los votantes deberían poder decidir si lo que les “aporta” una minoría concreta les compensa de lo que les “cuesta” y, en consecuencia, si dicha minoría debe tener un trato fiscal o de transferencias económicas, como viviendas gratuitas u otros servicios especiales. Ahora son los políticos, siguiendo sus propias necesidades de captar votos o financiación para sus campañas, los que dan y quitan a las minorías. Su principio es discriminación positiva a cambio de votos. También la sociedad puede hacer en un futuro lo mismo: discriminación positiva o negativa a las minorías a cambio de bienestar para todos.
Ciertamente estos ajustes no estarán exentos de tensiones. Que nadie se llame a engaño, la Democracia Participativa Gobedana no será un idílico Paraíso Terrenal. Eso sí, con el voto directo de cada ciudadano se facilitará la negociación evitando que los problemas se enquisten y oculten de manera que se manejen cuando todavía tienen solución.
Por mucho que pueda repugnar, desde la moralina buenista con la que se disimulan los intereses concretos en el modelo representativo actual, es deseable y necesario que en una Democracia Participativa el voto siempre sea egoísta; cualquier otro tipo de comportamiento es irracional, insensato y a la larga perjudicial. El ciudadano, si puede elegir, siempre buscará el mayor beneficio personal. Comportándose así pronto se dará cuenta del entramado de dependencias que existe en la sociedad y, con la práctica, se hará muy refinado a la hora de decidir qué es lo que le conviene votar. Si alguien emplea el argumento contra la Democracia Participativa de que la mayoría es egoísta y que una sociedad basada en el egoísmo no es viable, se equivoca. Seguramente está pensando en un niño de tres años que en una fiesta de cumpleaños trata de quedarse con todos los caramelos de la piñata. Por otra parte es muy natural que tengamos esa opinión sobre nosotros mismos tomados en conjunto. En algún sentido nuestra sociedad, en lo que se refiere a experiencia, es como un niño de tres años que no ha tenido tiempo ni ha vivido situaciones en las que madurar. En el futuro, a medida que todos ejerzamos como gobernantes, nuestra sociedad seguirá siendo egoísta, si bien al estilo de los adultos; unos egoístas conscientes de que dar resulta con frecuencia muy beneficioso.
Dar puede ser muy rentable, ya que muchas decisiones políticas, como las que tienen que ver con los impuestos, pertenecen a un tipo de situaciones llamadas juegos de suma no nula. Así es como conocen los matemáticos, en la Teoría de Juegos, a aquellos juegos en que el monto a ganar o perder no está fijado de antemano como lo estaría en una partida de póker, en la que lo que gana un jugador en cada mano lo pierden los otros jugadores. Por el contrario, se trata de juegos en los que los jugadores pueden aumentar o disminuir el monto total a repartirse, según la estrategia que elijan. Sería el caso de alguien que alquila su tierra a un agricultor a cambio de una parte de la cosecha. Si el dueño fija como alquiler un porcentaje demasiado alto sucede que al agricultor, después de alimentarse, apenas le quedará grano para simiente y, por tanto, poca será la cosecha que repartirá con el dueño al año siguiente.
El votante no tiene como primer objetivo evitar que otros ganen, sino elegir la estrategia que más hace crecer su ganancia con independencia, hasta cierto punto, de que otro pueda salir más beneficiado. Esto se aplica a cualquier minoría, ya estemos hablando de una minoría racial o económica, incluso a maneras particulares de ver el mundo.
Otra cuestión que mueve la balanza hacia el lado de las minorías y las opiniones minoritarias es, cómo no, una ley económica: a medida que la población tenga más de algo, lo valorará menos y deseará cosas que no le interesaron en un primer momento. Cuando la población disponga de suficientes instalaciones deportivas, valorará más tener un teatro municipal; y cuando haya suficientes concursos de miss camiseta mojada empezará a pedir otras cosas más refinadas, como por ejemplo... concursos de lucha de mujeres en el barro, jaja. En este sentido no nos hagamos demasiadas ilusiones. Por ejemplo, el nivel cultural de los habitantes de las dictaduras del este de Europa era muy superior al del ciudadano estadounidense o europeo occidental medio de la misma época, a juzgar por el refinamiento del tipo de espectáculos a los que acudían o los libros que leían. Quiero decir con esto que democracia y nivel cultural tampoco son cosas que tengan que ir de la mano. Además, ¿qué es eso del nivel cultural y del refinamiento cultural que tan alegremente me acabo de sacar de la manga?
Y si bien no debemos hacernos muchas ilusiones, tampoco desesperemos, pues lo público no tiene por qué asfixiar lo privado; seguirá existiendo un espacio para lo privado, mayor o menor que ahora, ¿quién sabe?, de manera que cada individuo no tenga qué “tragarse”, obligatoriamente, lo que elija la mayoría en materia de cultura o cualquier otra cosa.
Por otra parte si la Democracia Participativa Gobedana sería la dictadura de la mayoría, como afirman los liberales más radicales, entonces la Democracia Representativa Ciudadana actual es la dictadura de los representantes políticos, jaja, pero, si me dan a elegir… 

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lunes, 9 de septiembre de 2013

Gobedanos versus Ciudadanos con motivo de la corrupción en los partidos

(Nota: Este blog debe ser entendido como el desarrollo y presentación de una idea, por ello, si es la primera vez que lee sobre Democracia Participativa Gobedana, le recomiendo comenzar por la primera página del blog y continuar desde allí)

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Aunque no es costumbre en este blog correr tras la última noticia del teletipo, no he podido resistir la tentación de aprovechar la atención que se está dando a la corrupción de los partidos estos días, para comparar la manera tan distinta en que se puede afrontar el problema desde la perspectiva de un ciudadano o desde la de un gobedano. En otras palabras no puedo dejar de intentar seducirle, para que se sienta tentado a meterse dentro de la piel de un gobedano del futuro. Cuando un ciudadano se deprime y se entrega al desánimo, con el feo asunto de la corrupción en el seno de los partidos, un gobedano vería, la gran oportunidad de mejorar las cosas.
El problema de los ciudadanos es que se creen que el sistema actual es el sumun de la perfección y que no se puede mejorar sustancialmente de manera que cuando ve que a pesar de que todas las instituciones y las leyes son perfectas y, aún así, le crecen los ladrones por todas partes, sólo le queda pensar que los seres humanos no están a la altura de la democracia y todo lo que se le ocurre es que hay que “educar a la gente en valores” y aumentar los castigos a los infractores. En cuanto a los militantes o se borran del partido asqueados y decepcionados o se consuelan con lo del “y tú más” que a estas alturas ni siquiera es consuelo de tontos. Todo lo más que sueña el frustrado ciudadano sea o no militante es que, ya que vive en una Democracia Representativa Ciudadana, venga en un futuro un líder alguien puro y sin doblez en el que puedan confiar. Es algo muy infantil, pero es lo que en el fondo esperan ¿qué otra cosa puede esperar un ciudadano si está al margen de  todas las decisiones? salvo la decisión del voto cuatrienal, en el que se le obliga a entregar un cheque en blanco y renunciar a toda soberanía y control de la  misma. Con todo hay quien no se da por escarmentado y pone su confianza ciega en algún nuevo partido, como si una vez que sus dirigentes “toquen” el poder no fuesen a sucumbir a la tentación de apropiarse de lo que es de todos. 
Por contraste un gobedano, sin disculpar la parte de responsabilidad que tienen las personas concretas tras los delitos, es consciente de que la corrupción política es inevitable, ya que los partidos tienen un enorme poder y este está sin control democrático del ciudadano ni tan siquiera de los militantes. No en balde son los que preparan el menú de candidatos de forma que los partidos son los que presentan las opciones de voto a los ciudadanos y quienes realmente deciden quienes gobernarán el país tras las elecciones. O gobierna su candidato o gobierna el de la oposición, solo queda abierto si lo hará solo o en coalición, no hay más posibilidades. También sucede, como decía, que este enorme poder está fuera de todo control de la ciudadanía, ni tan siquiera lo controlan los militantes, sino que gracias a un sistema de elección ademocrático, muy parecido a como se organizaba el partido comunista soviético y no exagero, un grupo endogámico es capaz de mantenerse en el poder por décadas, sólo así se explica cómo en el PP han podido con toda impunidad mantener un  sistema institucionalizado de reparto de mordidas, sin que trascendiese al exterior, o como en el PSOE han logrado sin ningún pudor repartirse el dinero público en Andalucía. Esto sólo es posible por la falta de democracia interna en los partidos ¿O cree que esto no hubiese salido a la luz mucho antes en el caso de que dos o más listas compitieran por el cargo de secretario general y fuesen los militantes con sus votos los que lo decidiesen? En la actualidad, sucede que los cargos de Secretario General en los partidos se heredan. Rubalcaba lo heredó de Zapatero, y Rajoy de Aznar al que a su vez designó Fraga. Luego una vez instalados en el poder montan un paripé de congreso que confirma la designación. Por supuesto los delegados saben perfectamente que de no votar a favor sus propios cargos estarían en el aire. Y aún, en el caso de Zapatero, elegido en un congreso abierto, se trató de una elección de representantes, al margen de los militantes, donde más del 60% de los que votaban eran cargos públicos y el resto cargos del partido en su mayoría, lo que en la práctica significa que terminaban dando su voto a aquel candidato que les diese más garantías de continuar en su puesto, y su voto respondía, por tanto, a intereses personales. La única vez en España que se le ha pedido su opinión a los militantes de manera directa, fue en el caso de unas primarias en la que salió elegido J. Borrell como candidato del PSOE a las elecciones generales, pero como no era el candidato oficial, el Secretario General por designación de F. Gonzalez, un tal Almunia ahora eurodiputado y Comisario de la Competencia, los fontaneros del partido se las ingeniaron para implicar a J. Borrel en un escándalo de los que por entonces tenía abierto el PSOE y le obligaron a renunciar a pesar de haber ganado por abrumadora mayoría;. Almunia fue finalmente el candidato ¡faltaría más! jaja. Y es que los partidos actuales, tal como los conocemos, no pueden sobrevivir con reglas democráticas, por paradójico que resulte. Y si cree que no hay una casta enquistada en los partidos y estoy exagerando ¿Qué me dice de esto?: Rubalcaba fue ministro de F. González ,de educación y de la Presidencia, diputado, por Toledo, Madrid y Cádiz, más tarde ministro con Zapatero de interior y vicepresidente y finalmente Secretario General del PSOE…  y continúa siéndolo a pesar de su desastroso resultado electoral, el peor de la historia del PSOE, pero por lo visto no hay manera de forzarle a convocar un congreso, nunca es el momento oportuno, jaja. Cree usted que los militantes hubiesen tenido paciencia para soportar no ya los escándalos de corrupción sino paciencia para soportar los fracasos electorales de Rubalcaba o los anteriores de Rajoy.
Consciente de que lo que falla es el sistema, en concreto la falta de democracia del sistema, un gobedano no se cebaría en perseguir ni en encontrar culpables, de eso que se encargue la ley, si es que no está igualmente corrompida por la falta de democracia, sino que pondría el acento en democratizar a los partidos... en que no vuelva a pasar lo mismo en un futuro. Y, como parece que los partidos por el momento son renuentes a hacer cambios en este sentido como es natural, intentarían promover que se aprobase una ley para que de manera obligatoria la elección de listas para la Secretaría General de los Partidos de cierto tamaño se eligiesen de manera directa por los militantes, sin compromisarios ni delegados ni ningún otro artificio interpuesto. Paralelamente también sería deseable que los socios, de igual manera, eligieran en unas primarias, a los candidatos, o listas, para cualquier cargo público electo, eso incluye al candidato a Presidente del Gobierno de la Nación. De esa manera la corrupción política y la del partido tendrían más dificultades en coordinarse, pero también que un escándalo de un político no arrastrase al descrédito a todo el partido y viceversa, dotando de más estabilidad a la vida pública.
Así pues un gobedano no se borraría del partido en estas circunstancias sino que aprovecharía para reclamara a sus dirigentes la democracia interna. Tampoco consideraría que su enemigo son los militantes de otros partidos, particularmente los del otro partido mayoritario sino que vería la forma de crear una plataforma conjunta de “afectados” con el fin de recoger firmas para obligar a que el Congreso apruebe una ley que de manera obligatoria fuerce a la democratización de los partidos.
Y así es como un gobedano encararía el problema, de una manera práctica y asertiva. Puede que no lograse nada concreto en un primer momento, pero encauzaría la opinión pública por el camino del cambio centrando la discusión en lo importante.
Existe un pequeño problema que tendría que contemplar la ley de democratización obligatoria de los partidos, que afecta a los partidos muy pequeños, Sucede que si un partido es muy pequeño los grandes, incluso sindicatos u otros grupos, pueden, sin mucho esfuerzo, apuntar como militantes a los suyos propios de manera que pueden abortar cualquier intento de formar un nuevo partido que les haga la competencia o les importune de algún modo. Este riesgo se puede minimizar no obligándoles a acatar la ley hasta que tengan un número determinado de socios, o de candidatos en el parlamento o alcaldes o lo que se determine, en fin, se trata de permitir que los partidos pequeños se consolide y pueda defenderse de ataques maliciosos.
Tampoco estaría de más que las elecciones dentro de los partidos fuesen controladas directamente por algún cuerpo de la administración del Estado o por jueces. Los partidos no son fiables en asuntos electorales, esto se puso de manifiesto en las elecciones del PSOE ya mencionadas, donde no solo se falseó el censo sino que se introdujeron papeletas de manera fraudulenta a favor de Almunia, el candidato oficial y Secretario del Partido. Por otra parte, para evitar el que la gente se diese de alta sólo por intervenir en las elecciones de candidatos, habría que exigir para ello un mínimo de meses dado de alta y al corriente en el pago de la cuota. Igualmente no estaría de más que tanto el censo como el pago de las cuotas fuesen, si no de dominio público, que no veo porque no, al menos que estuviesen en conocimiento de un órgano estatal de control. Nos ponemos muy exigentes y minuciosos, con todo lo que tiene que ver con los procesos electorales, pero no controlamos en absoluto ni parece preocuparnos, el nacimiento del proceso electoral que no es otro que la elección de candidatos en el seno de los partidos.
De manera que le animo a actuar como lo haría un gobedano; no abandone a su partido, sea este el que sea, sería tanto como entregar el partido a los corruptos, sino que aliado con los de su partido, o con los militantes de otros partidos, por qué no,  al fin y al cabo en este asunto el enemigo está en su propia casa y es el mismo que el de los militantes de los demás partidos, participe en una recogida de firmas para obligar al Parlamento a discutir una ley de democratización de los partidos. O diseñe cualquier otra estrategia que lo logre. Puede que piense que no servirá de nada, pero reconocerá, que es mejor que no hacer nada y deprimirse, jaja.


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