viernes, 11 de noviembre de 2011

La Democracia Participativa y la Teoría de la Evolución

(Nota: Este blog debe ser entendido como el desarrollo y presentación de una idea, por ello, si es la primera vez que lee sobre Democracia Real Gobedana, le recomiendo comenzar por la primera página y continuar desde allí)


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El Parlamento de la D.P. Gobedana, dado que permite variar la proporción entre parlamentarios físicos y parlamentarios virtuales ciudadanos, hace posible la existencia de un sistema mixto a medio camino entre la Democracia Representativa y la Democracia Participativa. En un futuro podríamos situarnos en algún punto entre dos extremos, en un extremo, cuando no hay parlamentarios ciudadanos en la Cámara, estaríamos en una Democracia Representativa Absoluta tal como es ahora y, en el otro extremo, cuando todos los escaños de la cámara fueran ocupados por los parlamentarios virtuales ciudadanos, estaríamos en una Democracia Participativa también Absoluta. Al igual que la Monarquía tiene su cénit en la Monarquía Absoluta, la Democracia Representativa ha alcanzado su cénit en la actualidad con lo que acabo de bautizar como Democracia Representativa Absoluta. Este último término no debemos dejarlo en desuso, porque permite comprender muy claramente cuál es la situación actual y como debería evolucionar. También habría que especificar que cuando hablamos de Democracia Participativa Gobedana estamos, en realidad, refiriéndonos a un sistema mixto.
El esqueleto básico del modelo de D.P. Gobedana ha quedado descrito en las entradas anteriores del blog, lo que procedería ahora sería despejar dudas sobre cuestiones tales como si los ciudadanos están preparados para votar sobre asuntos que requieren conocimientos técnicos; la influencia sobre el voto que ejercerán las grandes organizaciones como los sindicatos de clase, los colegios profesionales, las organizaciones religiosas, etc.; el papel de los medios de comunicación; el que las grandes corporaciones económicas puedan movilizar muchos recursos en un momento dado para hacer coincidir el voto ciudadano con sus intereses o ¿Cómo sería posible el tránsito del sistema actual a la Democracia Participativa? Éstas y otras muchas cuestiones, sin duda, son temas importantes pero antes de hablar sobre ellas debemos entrar en otros asuntos que no tienen que ver directamente con la Democracia Participativa pero que de no tratarlos antes debidamente terminarían complicando, y mucho, el análisis.
Mi experiencia es que resulta muy difícil hablar con otra persona, no digamos un grupo, sobre política y entenderle o que me entienda. Los malentendidos se acumulan a medida que transcurre la conversación y aunque durante un tiempo, procuro comportarme de manera educada y respetuosa, observando como mi interlocutor introduce tópicos, prejuicios y manipulaciones varias que intenta hacer pasar por razonamientos y argumentos, termino desistiendo, aburrido o irritado. Me consuela, que con toda seguridad mi interlocutor tiene la misma sensación con respecto a mí, consuelo de tontos. Una mirada ingenua sobre el problema nos llevaría a pensar que lo más práctico para desatascar la situación sería definir bien los términos a emplear y encontrar un conjunto de ideas en las cuales estuviésemos de acuerdo y arrancando desde ahí empezar a razonar juntos, es lo que se llama sentar las bases del diálogo. Pero ¿y si la incomunicación, al menos cierto grado de incomunicación y falta de entendimiento entre los interlocutores, fuese lo mejor para todos? me refiero a que fuese mejor para la supervivencia misma de la sociedad, de manera que los efectos negativos que achacamos a la incomunicación fuesen efectos deseados, y el “no entendernos unos a otros” fuese más bien una consecuencia conveniente… ¿No será esa la causa última de que no nos entendamos? Dicho de otra manera más contundente, si en el transcurso de la historia no hemos encontrado un modo más eficiente de comunicarnos sobre ciertos temas, como en el caso que nos ocupa de la política, no se deberá ello a que es lo más conveniente. Por el contrario el lenguaje matemático (no confundir con las propias matemáticas) es tan preciso y da tan poco margen a las ambigüedades interpretativas porque es lo que la actividad matemática necesita. En el otro extremo tenemos el lenguaje poético donde la utilidad del lenguaje no está en lo que objetivamente dice sino en el margen de interpretación que nos deja a los lectores. Una poesía sin ambigüedad no sería poesía sino la lista de la compra. Las demás actividades de la vida ocupan un lugar intermedio y también han desarrollado un lenguaje particular. Tomemos por ejemplo el lenguaje jurídico que requiere por una parte de cierta objetividad para que las relaciones sociales y de negocios caminen por un sendero de acuerdos y compromisos, pero también necesitan cierta cantidad de ambigüedad para que una ley pueda adaptarse a las circunstancias concretas de cada caso y para que siempre exista, para el que lo pueda pagar, la posibilidad de retorcer las normas. También requiere complejidad para que una “casta”, los leguleyos, pueda crear distancia y confusión en los profanos y vivir de la interpretación y de la intermediación. Puede que como profanos nos quejemos del lenguaje especializado de los juristas o los funcionarios o los economistas o los médicos o los mecánicos (menudos hijos de…) o curritos de cualquier clase, pero está claro que la complejidad, falta de claridad o ambigüedad de los términos de su lenguaje sirven para que las cosas sean como son. Sucede en cualquier ámbito al que miremos donde existan relaciones entre personas aunque sea algo informal como la amistad o incluso el lenguaje entre la pareja de enamorados que ha de ser lo suficientemente ambiguo para que una palabra sea interpretada de manera distinta por los dos amantes y que la relación fluya o, por el contrario, si uno de los dos quiere romper, para tomar una sola palabra como causa de ruptura. Digamos que cada actividad tiene unas necesidades balanceadas entre precisión y ambigüedad, el lenguaje no es arbitrariamente confuso sino que la confusión cumple y responde a las necesidades de la relación. Así pues el lenguaje esta hecho tanto para comprendernos como para no comprendernos, y ambas cosas sirven a la supervivencia de la sociedad. De la misma forma que las mentiras son tan supervivientes (o más) que las verdades, la prueba es que la mentira ha sobrevivido hasta nuestros días. En conclusión, si realmente fuese necesario un lenguaje preciso para comunicarnos en temas políticos sin ambigüedades ¿no habríamos desarrollado hace tiempo uno? 
Lo que quiero introducir con esta larga e inevitablemente confusa perorata, es que todo esto de las formas de gobierno esta inmerso y sujeto a las leyes que rigen todos los aspectos de la vida en general, me refiero, básicamente, a las leyes de la evolución.
Lo que le propongo es aplicar las leyes evolutivas de manera sistemática y despiadada a todo cuanto digamos, al menos hasta donde nos sea posible… porque la Teoría de la Evolución es una teoría contradictoria que en última instancia parece revolverse sobre si misma para invalidarse, pero tiempo tendremos de hablar sobre ello.
Comenzaré pidiéndole que se arme de paciencia pues nos vamos a meter en algo francamente incómodo ya que, de una forma u otra, la mirada evolucionista convierte en relativos todos los paradigmas y “verdades absolutas” que conforman nuestra cultura.
El término “cultura” podríamos definirlo, por el momento, como el conjunto de costumbres, prácticas y valores que sirven para hacer sobrevivir a una determinada sociedad. Una cultura requiere del compromiso de todas las personas que conforman dicha sociedad. Todos deben, debemos, ser sus portadores y sus porteadores ya que tenemos que transmitirla. La cultura vive en nuestro interior, la alimentamos, actualizamos y adaptamos continuamente a los cambios. Estamos tan implicados con ella que la identificamos con nosotros mismos. La cultura, como no podía ser de otro modo, sirve para hacernos sobrevivir y por ello rara vez la ponemos en cuestión, y cuando creemos hacerlo sólo estamos haciéndola más variada y compleja, más útil. Ni que decir tiene que cuestionarla nos molesta ya que somos celosos defensores del conjunto aunque, con frecuencia, creamos serlo solo de alguna de sus partes en concreto.
Es muy natural que nos sintamos incómodos analizando y cuestionando nuestra propia cultura, en cierto modo es como si a una persona religiosa se le pidiese que analizase y cuestionase las intenciones de su Dios, créame no exagero. Para evitar sentirse incómodo le recomiendo que haga lo que yo intento hacer, no siempre con éxito, considérese un antropólogo extraterrestre, observe a la humanidad como lo haría un marciano que viniese a estudiarnos o si lo prefiere como un etólogo estudia el comportamiento de una manada de lobos o un hormiguero, lo que más le guste. Por supuesto en algún momento hay que abandonar esta atalaya y tomar partido, pero debemos intentar diferenciar cuando estamos haciendo un análisis objetivo y cuando estamos intentando “mejorar el mundo”.
Es posible que crea que nos estamos metiendo en una contradicción que podríamos expresar diciendo “Si el lenguaje y todo el análisis que rodea a la política es el adecuado, superviviente, como estamos manteniendo ¿a que viene la necesidad de cuestionarlo o cambiarlo?" A esto solo puedo decir que si alguien empieza a cuestionar dicho lenguaje es que ha empezado la necesidad de un cambio. Para hacerme entender ¿Cuándo empieza alguien a sacarle defectos a su pareja o a su socio, hasta el punto de querer cambiarlos? Pues cuando dejan de servirle.
La estrategia que le propongo, analizar las formas de gobierno según criterios evolutivos, comienza tropezando con un pequeño escollo; se trata de que no todos entendemos lo mismo por evolución, de modo que vamos a tener que dedicar varias entradas del blog a hablar sobre la Teoría de la Evolución. Si le soy sincero no estoy muy seguro de cómo va a terminar esta aventura, pues nos vamos a meter en algo aún más oscuro que el origen del Estado, me refiero al origen de la propia vida...

 
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