(Nota: Este blog debe ser entendido como el desarrollo y presentación de una idea, por ello, si es la primera vez que lee sobre Democracia Participativa Gobedana, le recomiendo comenzar por la primera página del blog y continuar desde allí)
Democracia Participativa Gobedana
Un
posible modelo de gobierno tras la Democracia Representativa
Democracia Participativa Gobedana
Un posible modelo de democracia tras la
Democracia Representativa
El modelo de
democracia actual es, hasta hoy, el último eslabón de una cadena evolutiva de
formas de gobernarnos, cuyos hitos más destacados podrían ser el feudalismo,
que da lugar a la monarquía electiva entre señores feudales; esta se transforma
rápidamente en monarquía absoluta que pasa a ser monarquía constitucional o
república y ambas confluyen en el modelo actual más común, conocido como
Democracia Representativa, coronada o no.
A no ser que
ingenuamente pensemos que la sociedad ya no va a cambiar más o, igualmente
ingenuo, que la Democracia Representativa es un modelo tan maravilloso que es
capaz de servir para cualquier sociedad futura, deberíamos hacernos dos
preguntas. La primera es si la sociedad ha cambiado hasta el punto de que la
Democracia Representativa está dando señales de ineficacia y, por tanto, ha
llegado el momento de pasar a un nuevo modelo de democracia. La segunda
pregunta es cómo podría ser ese nuevo modelo.
En cuanto a
si ha llegado el momento de sustituir la Democracia Representativa por la
Democracia Participativa, debemos recordar que la condición básica para el
funcionamiento estable de cualquier sociedad es que aquellos que tienen
suficiente poder económico tengan también una parte importante de poder
político. Aparte de una arbitraria injerencia extranjera, el que aquellos que
tienen poder económico no tengan poder político es la razón principal por la
que una nación cambia la forma de gobernarse. Esto ha sido históricamente así y
se puede explicar porque si no legislan ni deciden los que tienen el poder
económico se termina legislando de manera errática y contradictoria con
respecto a aquellos que garantizan la producción y distribución de bienes y
servicios. No tardan en producirse problemas de escasez con precios e impuestos
altos, acompañados de despilfarro y deuda desbocada por parte del Estado; que
era lo que sucedía en los instantes previos a la Revolución Francesa, por
ejemplo.
Es inevitable
que exista inestabilidad durante el tiempo de tránsito de un modelo de gobierno
a otro ya que durante ese periodo de solapamiento la sociedad estará gobernada
por un modelo político que no se ajusta a su verdadera base económica. El
malestar y el riesgo de una involución, se mitigarán rápidamente cuando la
sociedad comprenda lo que está pasando y permita que el modelo de democracia
cambie.
Cuando
decimos que un grupo de personas tienen el poder económico, nos referimos a que
son capaces de derivar hacia ellos parte del excedente de renta que genera la
sociedad y que pueden convertir en ahorro e inversión. Con que tienen poder político
queremos decir que son capaces de influir en las decisiones políticas concretas
y en la elaboración de las leyes.
En cada forma
de Estado existe un grupo que está en situación de apropiarse de gran parte de
la renta y, necesariamente, asume gran parte de responsabilidad por la
supervivencia del modelo de gobierno, el modo de vida en general y, en consecuencia, de toda la sociedad. El señor Feudal en el feudalismo; el
monarca, los nobles y el clero en la monarquía absoluta; la burguesía en la
monarquía constitucional y, finalmente, los capitalistas dueños de las grandes
corporaciones económicas en la Democracia Representativa.
La idea
básica es que las grandes corporaciones están ahora cada vez más en manos de
los fondos de pensiones y de inversión, alimentados a su vez por aportaciones
de ahorradores de clase media. Los integrantes de la clase media también son
dueños directos de gran parte de la deuda pública, los saldos bancarios,
inmuebles y, por supuesto, poseen directamente las pequeñas empresas. Al ser
los dueños pueden apropiarse de las rentas anuales que todo ello genera. Es lo
que se ha venido a llamar, no sé si de manera muy acertada “capitalismo
popular”.
El hecho de
que la clase media tenga gran poder económico y relativamente poco poder
político, permite, por ejemplo, que los usos y costumbres financieros se terminen
por convertir en normas legales que, por supuesto dañarán los intereses de
dicha clase media, para favorecer los intereses propios de los financieros como
es natural. Si añadimos como ocurre en la UE que además dichos grupos tienen
influencia sobre las decisiones del Parlamento Europeo fuera de los intereses
particulares de cada nación y de sus habitantes y tendremos, como consecuencia
directa, que de manera cíclica la ciudadanía sufra un menoscabo de su
patrimonio. Sucede que cuando la ganancia de unos tiene un fuerte componente
especulativo tiene que cubrirse con las perdidas de otros, al socaire de crisis
como la de los bonos basura, la de las compañías puntocom y, la más reciente,
bautizada como la crisis de las subprime. También sucede que cualquier
ineficiencia en las grandes empresas o de la propia gestión del Estado termine
siendo compensada con subidas de impuestos o cualquier transferencia arbitraria
preferentemente desde la clase media. Sin embargo, toda la ciudadanía queda al
margen a la hora de tomar decisiones de trascendencia económica evidente como
la política energética, migratoria, urbanística, educativa, militar, etc. Que
están, de una u otra forma, en la base de las crisis.
Pero debemos
evitar vernos como víctimas, porque no lo somos, en realidad somos algo
cínicos. Los ciudadanos, viviendo bajo el modelo actual, podemos seguir
eludiendo nuestra responsabilidad como gobernantes, echando la culpa de todo a
los políticos y a oscuras conspiraciones que nunca se acaban de desvelar. Los
ciudadanos, para explicarlo con algo cotidiano, estamos en el mismo nivel
evolutivo que los adolescentes. Al borde de madurar, con capacidad para tener
opiniones, pero sin atrevernos a actuar, nos comportamos como jóvenes
malcriados, gritones y egoístas a los que les gusta verse a si mismos como
idealistas, nobles y puros, sin culpa de nada y con derecho a todo; cuando en
realidad sólo van a lo suyo, sin ocuparse de la marcha del hogar ¿Hasta cuando
vamos a seguir haciendo responsables y culpables a los políticos, eludiendo
nuestra responsabilidad de gobierno? Haciendo un paralelismo con la situación
justamente anterior a la Revolución Francesa, la actitud de la clase media es
idéntica a la de la burguesía de entonces. Al igual que la mayoría de nosotros
queremos ser ricos, concretamente rentistas, ellos aspiraban a convertirse en
nobles comprando títulos o por matrimonio. También protestaban, como la clase
media actual, por las subidas de impuestos, los privilegios de los dirigentes, la mala
administración del erario público, la arbitrariedad en la aplicación de la ley,
etc. También, como la mayoría de nosotros, se limitaban a pedir más y más al
Estado, pero muy pocos reclamaban más poder político, hasta que después
de mucho dolor y violencia, terminó siendo la única opción de futuro, que los burgueses se hicieran con el poder político.
Puede que
alguien no acepte el argumento sobre la importancia de la discordancia entre
poder político y poder económico y prefiera otra línea argumental. En ese caso,
podemos señalar que muchos procesos evolutivos, ya hablemos de seres vivos u
organizaciones sociales, cursan con un aumento en la división de funciones. En
un organismo cuyas partes empiezan a diferenciarse tiene que establecerse un
sistema nervioso para la comunicación eficiente entre sus órganos; cuantas más
partes diferenciadas tenga dicho organismo mas sofisticado ha de ser el sistema
nervioso. El paralelismo con las formas de gobierno es que basta con una
comunicación simple entre las partes cuando la sociedad es primitiva. Así
sucedía en el feudalismo, donde al señor feudal le bastaba con darse una vuelta
a caballo por el feudo echando un vistazo a los cultivos y la cara de los
aldeanos para saber si todo estaba en orden. A medida que la sociedad se vuelve
más compleja se requiere de procedimientos de comunicación cada vez más
eficientes. En una sociedad tan compleja como la nuestra, con actividades tan
diferenciadas y con intereses tan dispares, y frecuentemente encontrados, no
basta con que los gobernantes reciban una vaga información sobre la satisfacción
de la ciudadanía mediante unas elecciones generales cada cuatro años. Es lo que
se conoce popularmente como la entrega de un “cheque en blanco” por parte de
los ciudadanos a la clase política en el periodo entre comicios. Durante ese
tiempo se produce una fuerte desconexión entre gobernantes y gobernados; es
cuando oímos decir a algunos “si se que iban a hacer esto no les voto”, pero ya
no se puede hacer nada. No es que los políticos sean peores que el resto de
nosotros, sencillamente están fuera del control ciudadano, en cierto sentido
después de las elecciones se quedan sordos y ciegos; lo peor es que quedan en
manos de toda clase de grupos de influencia que se ofrecen como lazarillos.
Hoy se
precisaría de un sistema que diese información específica y rápida que le
dijese a los gobernantes si lo están haciendo bien o algo requiere de atención
inmediata. Si nuestro sistema nervioso tardase cuatro segundos en informarnos
de que nos estamos quemando y no fuese capaz de concretar la intensidad ni donde
está el foco de calor sería desastroso; eso es precisamente lo que convierte a
la Democracia Representativa, a cada día que pasa, en más obsoleta. Con la
Democracia Participativa no sólo se acorta el tiempo entre que aparece un
problema en la sociedad y el tiempo que tardan los gobernantes en saberlo,
además, se obtiene información complementaria sobre el grado de malestar de la
gente, incluso, cuales son las soluciones que los ciudadanos consideran
adecuadas.
Pero la
sociedad no es algo pasivo esperando mansamente venirse abajo, nada más lejos
de la realidad; si el Estado actual está empezando a ser ineficiente ya tienen
que estar generándose soluciones. En efecto, los políticos, conscientes de que
les es imposible conocer las necesidades de la complejísima sociedad que
gestionan, el grado de satisfacción de los gobernados y, muy peligroso para
ellos, las consecuencias electorales de cualquier decisión, han desarrollado
una dependencia absoluta por las encuestas, que son, aunque no parecemos darle
importancia, una especie de referéndum en la sombra ¿Qué es una encuesta pagada
con dinero público, sobre un asunto público, sino un referéndum encubierto?
Hasta existe un organismo oficial para realizar este tipo de “referéndum”.
Otra forma en
que los políticos tratan de no equivocarse con las decisiones, a parte de
rodearse de supuestos expertos, es dialogando con asociaciones que se
autoproclaman representantes de grupos de ciudadanos, incluso de toda la
sociedad, o se consideran portadores de no se sabe bien que valores éticos o
históricos, y con los que terminan los gobernantes negociando soluciones a
problemas que nos incumben a todos. Estos grupos van desde asociaciones
profesionales, sindicatos y patronales a asociaciones religiosas o de vecinos,
pasando por las más variopintas ONGs. Es curioso que, al menos en este país, el
Parlamento ha ido perdiendo su legitimidad, no ya para decidir sino siquiera
para parecer que decide, no se guardan ni las formas más elementales.
Realmente, el Parlamento está completamente quebrado y a nadie parece
importarle o no se dan cuenta. Dos ejemplos relativamente cercanos en el tiempo. Bajo el mandato de Zapatero, los
representantes de los dos sindicatos mayoritarios y la patronal se reúnen para
decidir la reforma laboral que nos afecta a todos los ciudadanos, con la garantía
del Presidente de Gobierno sobre que lo que decidan será, manu militari,
refrendado en las Cortes. No se trata de invitarles a participar en las comisiones parlamentarias o permitirles
intervenir en plenos a dichos representantes, sino que se les da poderes para
que decidan directamente la ley ¡unos supuestos representantes a los que muy
poca gente ha votado! Si es que alguien los ha votado. Lo más divertido, por no decir patético, es que la
oposición, en aquel momento el Partido Popular, en vez de escandalizarse, les pide, a los representantes de los
sindicatos y la patronal, que sean responsables; es decir, les reconoce también la
autoridad para legislar. El otro, también tomado de la misma poca, es la afirmación del mismo
Presidente sobre aprobar una constitución tal y como se le presentase desde el
Parlamento de una autonomía. Lo dicho, el Parlamento parece no tener
legitimidad para decidir. Todo parece haber sido pactado fuera, en algún despacho... en la cámara sólo se hace una escenificación de lo ya pactado. Lo extraño no es ya que suceda, sino que se ve normal, es más, los ciudadanos pensamos que es es la única manera posible de tomar decisiones... tomarlas a sus espaldas.
Por
muy acostumbrados que estemos, y por muy legal que pueda parecerles a algunos,
tanto las encuestas como la negociación con grupos son fórmulas exteriores a la
Democracia representativa. Son prácticas alegales pero, la realidad se impone,
y resultan ser complementos necesarios para que la sociedad actual funcione, de
modo que, tarde o temprano, tendrán que ser integradas dentro del modelo de gobierno.
Pero ¿Cómo es posible que un Estado se gobierne mediante referéndum? y que
además, las asociaciones dejen de ejercer un poder político que realmente no
les corresponde. Todas estas preguntas se resumen en una: ¿cómo devolver la
legitimidad, quiero decir el poder político, al Parlamento? Lo cierto es que es
muy sencillo responder a esta pregunta ya que no es la primera vez en la historia
que nos encontramos en una encrucijada parecida. Por ejemplo, cuando se
comprendió la necesidad de que la burguesía tuviera más poder político, se
concretó mediante representantes en las cámaras que hasta el momento estaban
ocupadas exclusivamente por los nobles y el clero. Así pues, me gustaría que el
lector entendiese el modelo más como una evolución lógica del Estado actual que
como un “invento” salido de la mesa de diseño. Es como echar un vistazo al
futuro, aunque el futuro nunca esté garantizado.
(Nota:
lo que sigue es prácticamente idéntico a la primera entrada, puede seguir
leyendo o pasar a la siguiente
página)
Describamos
como es, como funciona y algunos de los problemas que resuelve la Democracia Participativa Gobedana.
Supongamos una nación con un millón de electores y con una cámara de
representantes compuesta por cien escaños. Para hacer la transformación
comenzaríamos duplicando el número de escaños; pero estos nuevos cien escaños
serían virtuales. Cada diez mil votos de los electores formarían un Escaño Ciudadano. De modo que las
decisiones en la cámara se tomarían por la mayoría a que diese lugar la suma de
los escaños reales y virtuales. Pero para que los ciudadanos pudiesen votar de
manera cómoda y eficiente necesitamos algo más. Cada ciudadano dispondría de
una Tarjeta Democrática, que no
es más que el carné de identidad electrónico, que permitiría votar en Urnas Electrónicas. Dichas urnas,
similares a las cabinas telefónicas, serían capaces de reconocer a la persona
con sensores biométricos (huellas dactilares, fondo de ojo, etc.), distribuidas
en lugares convenientes. La razón de que se vote en lugares públicos, en una
urna capaz de reconocer a la persona y con una tarjeta personal es que si se
permitiese votar en casa o el trabajo mediante el ordenador, incluso por
teléfono con una simple clave personal, correríamos el riesgo de que algunas
personas cayesen en la tentación de apropiase del derecho a voto de otras; ya
fuesen amigos, familiares, empleados, incluso, que se comerciase con la clave.
También sería necesario que se pudiera votar a lo largo de varios días o
semanas; el voto ciudadano quedaría almacenado haciéndose público de manera
simultánea al voto de los diputados reales en la cámara de representantes.
Concretemos
más con un ejemplo inocuo. Se tiene que decidir entre farolas de color amarillo
o negro. Antes de que comience el tiempo de votación se abre el periodo de
Discusión Pública. Donde todas las opiniones deberían poder salir a la luz.
Terminado este periodo se abre otro para votar, durante el cual todo el que lo
desee acude a las urnas para hacerlo. La manera de contabilizar el voto de los
ciudadanos sería muy sencilla. Por ejemplo, trescientos mil votos a favor de
las farolas amarillas activarían 30 votos de los Escaños Virtuales y doscientos
mil votos a favor de las farolas negras activarían 20 escaños a su favor. Los
restantes 50 escaños virtuales quedarían sin activar. Pero los votos de los
ciudadanos no se conocerían de inmediato, quedarían almacenados en el limbo
informático y nadie tendría acceso a ellos hasta el momento justo en que los
diputados reales votasen. El resultado de la votación sería el que se obtuviese
de sumar de manera conjunta e indiferenciada los votos de los diputados reales
con los diputados virtuales.
Aunque es
difícil de prever el comportamiento futuro de la sociedad, parece lógico pensar
que los ciudadanos tenderían a inhibirse de votar en aquellos asuntos de
funcionamiento ordinario como, por ejemplo, elegir el modelo concreto de coche
para la policía de tráfico o que banco va a financiar la compra de dichos
autos; dejando estos asuntos en manos de los diputados reales. Pero es muy
posible que nos gustase decidir, junto a los diputados, quien ocuparía el cargo
de Fiscal General del Estado, el Director del Banco Central, el presidente de
la Cámara de los Diputados, etc. Igualmente pienso que la ciudadanía tendería a
participar, con su voto, en un cambio en la ley del aborto, sobre donde se
puede o no fumar, los límites de velocidad y si se debe participar o no en una
“operación militar”, por poner ejemplos actuales. Sin olvidarnos de que
podríamos votar también los presupuestos anuales…
Nótese un
detalle muy importante que hace al modelo muy poderoso a la vez que cómodo y
práctico, que no se trataría tanto de tener
la obligación de votarlo todo como de poder votarlo todo.
La posibilidad del voto ciudadano en cualquier asunto, sin autorización ni
petición previa a la Cámara por parte de los ciudadanos, sería la espada de
Damocles sobre la cabeza de nuestros representantes políticos en cada asunto
concreto que les tocase decidir. Hasta donde puedo ver, este modelo termina
también con el “cheque en blanco” ya que en cada asunto tendremos, si lo
deseamos, algo que decir; es más, la oposición sin mayoría suficiente de
parlamentarios reales podría, con ayuda de los escaños virtuales, es decir, con el apoyo de los ciudadanos, presentar una
moción de censura y derrocar al Presidente de Gobierno. Otra consecuencia, en
línea con la anterior, de esta nueva forma de Estado, es que no está
garantizada la mayoría absoluta en la cámara y, por la misma razón, las
bisagras pierden mucho poder. La nueva bisagra sería la ciudadanía, de manera
que cuando los políticos quisieran sacar una ley adelante deberían defenderla
argumentando ante los votantes. Los gobernantes no tendrían necesidad de
llegar, como ahora, a vergonzosos y oscuros acuerdos con las minorías
parlamentarias a las que el modelo actual les ha permitido, retorciendo el
sentido original de la democracia, convertirse en extorsionistas y, lo que es
patético, que la sociedad entera sea conducida por una minoría a donde la
mayoría no quiere ir. Los grupos y organizaciones sociales por su parte
perderían el papel de negociadores que tan gratuitamente se adjudican en la
actualidad; sin embargo, serían básicos a la hora de interpretar las
proposiciones de ley para los ciudadanos y, en general, para encauzar la
discusión pública y el sentido del voto. Este modo de gobernarnos dejaría en
evidencia qué grupos, organizaciones o simples ciudadanos individuales tienen
realmente la confianza de la gente a diferencia de los grupos que aparentan en
la actualidad tenerla, sólo porque saben generar ruido mediático o algaradas.
Con toda
naturalidad, la D.R. Gobedana atempera o acaba con alguno de los males
endémicos que percibimos como imposibles de superar dentro del modelo actual.
Termina con el cheque en blanco (¡El ciudadano tiene la última palabra!); el
partido en el poder o el Presidente no pueden obrar con deslealtad o
prepotencia (¡si lo haces mal te quitamos de presidente sin esperar nuevas
elecciones!); nos convertimos en el fiel de la balanza de manera que podemos
dar al traste con cualquier componenda partidista (¡adiós a las bisagras
chantajistas!); los ciudadanos nos convertimos en portavoces directos de
nuestra opinión sin que sean grupos organizados los que negocien nuestros
intereses (¡ajedrecistas de voluntades que terminan apropiándose de una parte
de lo que quiera que se negocie en nuestro nombre!).
El carné de
identidad, símbolo e instrumento del control que el Estado ejerce sobre el
individuo, pasaría a ser también el instrumento y símbolo del control del
ciudadano sobre el Estado. Esta es la manera en que se superaría la
confrontación sempiterna individuo Estado; no por la casi abolición del Estado
como sugieren ultraliberales y anarquistas, ni por la sumisión de la voluntad
del individuo al Estado como sugieren los totalitarismos comunistas o
fascistas, sino por que ambos tienden a fundirse, que es la evolución natural
de la democracia actual. Si la persona que vivía en un feudo era llamada
siervo; en la monarquía absoluta súbdito y en la democracia representativa
ciudadano, en la Democracia Participativa debería denominarse gobedano, pues todo ciudadano sería
también un gobernante. Le sugiero, medio en broma medio en serio, que se lo
haga saber a los políticos. Cuando un simpático encuestador llame a su puerta o
a su teléfono y cuando un programa de radio o televisión le pida su opinión ya
sea sobre política o si está contento con su
desodorante, responda solamente: “No contestaré a ninguna pregunta
hasta que no disponga de la Tarjeta Democrática” ¿Qué mejor método que utilizar
las propias encuestas, “los referéndum en la sombra”, para hacer saber a los
políticos y medios de comunicación lo que queremos?
Aunque no es
un elemento esencial, una vez afianzada la DR Gobedana, se debería conceder el
derecho de voto a los jóvenes a partir de los 14 años. Se trataría de un voto
ponderado, es decir, su voto valdría una parte tan pequeña como se desease en
proporción al voto adulto; por ejemplo, la centésima parte (cien votos
juveniles valdrían lo que uno adulto) a la entrega del carne y aplicar una
fórmula progresiva hasta la mayoría de edad. Tal vez le suene extraño, pero,
comprenda: se trata de otra sociedad con otras necesidades. El carné de
identidad se convertiría en un instrumento socializador como ningún otro que se
pueda concebir, ya que el joven empezará a implicarse en los problemas y
necesidades de su país o ciudad (la tarjeta, permite actuar en cualquier cámara
legislativa). Dudo mucho que un joven al cumplir los 18 años, después de votar
durante cuatro junto a los mayores, se declarase "antisistema". La D. Representativa
sólo necesita ciudadanos sin conocimientos concretos de los problemas pero muy
polarizados (izquierda, derecha; ecología, consumismo; planificación central,
libre mercado; etc.) que entiendan los asuntos de Estado, al por mayor. La DR
Gobedana, por el contrario, necesitará individuos entrenados con una capacidad
suficiente de análisis y decisión en problemas concretos y eso requiere rodaje.
Es la diferencia entre ser un peatón o ser un conductor. A uno le basta con
saber que no debe cruzar con el semáforo en verde para los coches, mientras que el otro debe
tener conocimientos y habilidades muy precisas que únicamente se pueden
adquirir de manera progresiva y práctica.
Evidentemente,
el 50% de proporción entre diputados reales y virtuales del ejemplo, es
completamente arbitrario por mi parte. Personalmente, aunque este no es sitio
para extenderme, establecería una proporción inicial, junto con una ley de
plazos; algo así como empezar con un 25% de diputados virtuales ampliables de
manera mecánica en un 5% cada X años hasta completar el 50%. Llegados a esta
cifra se abriría una discusión pública y posterior votación sobre si se desea
mantener, ampliar o restringir la proporción. Otro dilema, que sin duda se
planteará el lector, es si desde el primer momento los ciudadanos pueden
votarlo todo; puede que igualmente convenga dejar fuera ciertos asuntos como
los relacionados con los impuestos o los acuerdos internacionales e,
igualmente, convenga establecer una ley de plazos, hasta que todo sea “votable”
por los ciudadanos. Ciertamente hay otros problemas no menos espinosos, pero
este documento es sólo un resumen. En cualquier caso, le hago ver al lector que
no podemos llevar nuestro análisis (ni nuestras preocupaciones) mucho más
lejos; desde nuestra posición carecemos de realidad suficiente para decir nada
al respecto. Serán los ciudadanos (gobedanos en el futuro) los únicos que
podrán decidir sobre estas cuestiones.
Volviendo a
nuestra situación actual de ciudadanos viviendo en una Democracia
Representativa, teóricamente sólo habría una exigencia que deberíamos plantear
a nuestros dirigentes: más poder
político para cada ciudadano.
Esto se concretaría en reclamar la
Tarjeta Democrática, los Escaños Ciudadanos y la Urna Electrónica.
Pero esto es el logro final y, por el momento, no podemos plantearlo de manera
frontal. El camino, al menos el que a mi me gustaría transitar, es el
reformista, aunque suene poco bizarro. Y aunque este documento se centra en
describir esquemáticamente el modelo y no puede tratar sobre estrategias, me gustaría
hacer un breve comentario en este sentido. El modelo de D.R. Gobedana funciona
a modo de faro señalando hacia donde nos deberíamos dirigir a la vez que
proporciona criterios claros para distinguir que logros parciales están en
línea con el objetivo final y merece la pena apoyar, y que otros son simple
buenismo, preferencias particulares de una parte de la sociedad o, incluso,
maniobras con el objetivo de conseguir instrumentos que le den poder político a
un grupo. En este sentido deberíamos dejar de perder el tiempo y la energía
pidiendo cambios como, por ejemplo, abolición del Senado; listas abiertas; que
el voto de cada persona valga igual con independencia de la circunscripción u
otras reformas de la ley electoral. Son asuntos en los que ni siquiera estamos
todos los ciudadanos de acuerdo y únicamente nos dividen. Sin embargo, si que
tendría sentido pedir que fuese posible la elección directa por los votantes
del Fiscal General del Estado y de todos los miembros o, al menos, los Presidentes de los tribunales Supremo y Constitucional, el Gobernador del Banco
Central, el Defensor del Pueblo, etc. Pero, con toda certeza, el paso más necesario y anterior a cualquier otro, es el de que los militantes de los partidos puedan elegir tanto a sus dirigente, al igual que sus candidatos, de manera separada y de manera directa y que no suceda como en la actualidad donde la cúpula directiva de cualquier partido, medio y grande, tiene secuestrado el poder, y los cargos, no se eligen sino que se heredan, perpetuando una casta no solo dentro de un partido sino en toda la política ya que es en las secretarías generales de los partidos donde se decide quienes irán en las listas de candidatos. Se nos olvida con demasiado frecuencia, que el poder político no está en el Parlamento sino en las secretarías generales de los partidos, y es de donde debe ser removido el poder. Por eso no he podido menos que sonreír cuando, no hace mucho, ha habido intentos de asaltar el Parlamento, cuando lo coherente hubiese sido asaltar la sede de los partidos, y no por la ciudadanía en general sino , concretamente, por los propios militantes de cada partido. Claro que para eso hay que pensar como un gobedano... Ciertamente sigue siendo elegir representantes pero nos
permitiría poner estos cargos directamente a nuestro servicio y no al servicio
de los políticos que son los que les designan en la actualidad. Sería como
meter unas cuñas en las finas grietas que se abren en el duro granito
monolítico del controlador sistema representativo. Por supuesto también estaría
en línea con el objetivo que, por obligación legal se tuviese que recurrir a la
convocatoria de un referéndum para según que decisiones. Sin embargo, no se
pueden considerar alineadas con conseguir poder para el ciudadano las que
reclama que presentando un número de terminado de firmas se logre la
destitución de un cargo o se fuerce un referéndum concreto. Apelo al más fino
instinto democrático del lector para que comprenda que en ambos casos quien
realmente obtiene poder no es el ciudadano individual sino el grupo que logra
mover los recursos necesarios para conseguir las firmas y la publicidad
necesaria para ello. Cuidado, porque estriamos dando poder a los grupos y ya
tienen bastante. También me gustaría señalar, aunque el lector contemporáneo
tenga dificultad para aceptarlo, que juega a favor de la D.R. el que los
políticos una vez que entendieran la situación, estarían encantados en
compartir la responsabilidad de asumir las decisiones con los ciudadanos, que
es la parte más espinosa de la actividad política, y seguir siendo los
responsables de la ejecución de las decisiones. Y es que sucede que los
políticos al final de este proceso tendrían más respeto, y tanto o mas recursos
en sus manos que ahora, eso si, tendrían que gestionarlos de manera más transparente.
Cuando
dispongamos de la Tarjeta y demás instrumentos iremos poniendo cada cosa
concreta en su lugar, de manera incremental, poco a poco, votación tras
votación, según sean nuestras verdaderas necesidades. Y no dejándonos llevar
por el idealismo seudorreligioso con el que observamos hoy (juzgamos, como
puritanos diría yo) los asuntos concretos. Esa mirada de superioridad moral y
desprecio que nos permitimos ahora los ciudadanos hacia los políticos (que son
también ciudadanos y, en general, están tan abrumados como nosotros) no nos la
vamos a poder permitir en un futuro. Al ejercer también como políticos, los
ciudadanos vamos a mancharnos las manos de realidad cuando tengamos que elegir
entre subvencionar una medicina o abaratar el transporte, quitar a éste y darle
al otro (cañones y mantequilla querido gobedano, o acaso creía que íbamos a
quedar por encima de las leyes económicas); estoy seguro de que no nos vamos a
poner tan estupendos y dignos como ahora haciendo brindis al Sol a cada
momento. Porque en el futuro trataremos asuntos concretos, uno a uno, y no como
ahora que votamos cada cuatro años. Se podría decir que en la Democracia
Representativa tratamos (votando cada cuatro años y escondidos tras las siglas
de un partido) todos los asuntos al por mayor y revueltos; pero maliciosamente
empaquetados y envueltos, durante la campaña electoral, con papel de odio,
resentimiento, prejuicios y asuntos pendientes.
También
al lector actual le Resultará difícil aceptar que, en un futuro próximo, la
dicotomía más preeminente y absorbente en nuestra sociedad, izquierda y
derecha, quedará en segundo plano, dando paso a la de si se es o no partidario
de la participación del ciudadano en las decisiones políticas concretas, más
sencillamente, si se es partidario de la Democracia Participativa o no. Nos
encontraremos con partidarios y detractores en todo el espectro político y
social, y eso es lo que le da a la DR Gobedana el marchamo de trasversal. Un
modelo nuevo de Estado podrá salir adelante sin producir grandes traumas,
cuando se perciba por la mayoría de la ciudadanía como superviviente y no como
de izquierdas o de derechas, aunque es de suponer que se la quieran apropiar
unos u otros. Unos dirán que la D.R. es una conquista de los oprimidos y otros
que es un logro de la libertad individual; en mi opinión no es más que la mejor
forma que, de manera evolutiva, encontrará la sociedad de gestionar la
complejidad de sus problemas en un momento de la historia y que el tiempo se
encargará de barrer a medida que se presenten nuevas circunstancias. Es
inevitable que, con el tiempo, todo tienda a revestirse de misticismo y de
heroísmo, pero usted y yo estamos demasiado cerca del momento histórico en el
que se están generando los cambios para que estas seudo ideas no nos hagan
sonreír.
El resumen de
todo lo dicho, y por paradójico que parezca, es que ya vivimos en una
Democracia Participativa, y no únicamente en lo económico, pero como no nos
damos cuenta de ello nos seguimos gobernando por el modelo anterior ya obsoleto.
El darnos cuenta de que necesitamos un cambio; saber cual sería ese cambio;
dejar de parchear el modelo actual, sin otro criterio que su propia
supervivencia, o pedirle lo que ya no puede dar, y aceptar el cambio con
prudencia, pero moviéndonos en su dirección es, en definitiva, lo que nos va a
ahorrar muchos problemas, malestar, dolor y puede que una involución
innecesaria. Evitar el dolor, es lo que intento, en la medida de mis
posibilidades, lograr con este documento. Se trata de reconocer (darnos cuenta)
y alinearnos (concentrándonos en objetivos valiosos) con el cambio en que ya
estamos sumidos; en definitiva, adaptarnos a la nueva situación (el nuevo
medio) y sobrevivir. ¿Qué otra cosa podríamos buscar? Lo siento, pero no puedo
vender el paraíso gobedano, porque no hay ningún paraíso en esto de la
política; los paraísos, si existen, tendríamos que buscarlos en otra parte.
Debemos cerrar estas
consideraciones con un aviso a navegantes, iluminados y oportunistas de todo
tipo: Un país sólo puede acceder a la Democracia Participativa si su clase
media es suficientemente numerosa en relación con el total de la población. Si
por pura demagogia, en un país que no cumpliese esta condición, se impusiese
esta forma de gobierno no tardarían en aprobarse por sus ciudadanos leyes
puramente demagógicas de reparto y subsidio que terminarían desfondando al
Estado. Sería inevitable la regresión del modelo y la llegada al poder de
líderes e ideologías populistas y, más tarde, dictatoriales. De hecho, la
estrategia más obvia para terminar con la democracia es terminar con su clase
media. Por suerte, también es cierto lo contrario; una nación que fortalece y
acrecienta su clase media, terminará adquiriendo la madurez necesaria para dar
sin peligro el paso hacia la Democracia Participativa.